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"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

martes, 28 de junio de 2011

Capítulo XII. I love playin' with Fire (Parte 2)

— ¿Cómo dices? — repliqué, aunque le había comprendido perfectamente.

— Creo que no es ningún secreto el hecho de que me gustas, Victoria — contestó con firmeza, sin apartar su mirada esmeralda de mis ojos —. Lo sabes perfectamente desde el día en que te besé en la playa. Al igual que desde ese día sabes que me muero por hacerte el amor.

Aquella última frase hizo que me pusiera roja como un tomate. Claro que, no tenía ningún sentido avergonzarse, ni mucho menos sorprenderse por aquellas palabras. Leonard iba siempre directo al grano… Nunca mejor dicho.

— Leonard…

— Sé que tú también lo sientes, Victoria — me interrumpió, apretándome con fuerza la mano que aún tenía sujeta —. Olvídate de Tom. Tú me quieres a mí. Además — añadió, con una sonrisa maliciosa —: yo soy mucho mejor que él en la cama.

Tragué saliva con fuerza, al tiempo que trataba en vano de liberar mi mano de las “garras” de Leonard.

— Leonard, por favor, suéltame. Me estás haciendo daño.

— No — replicó con firmeza —. Si te suelto, te irás.

— No soy de tu propiedad — contesté con firmeza, pero sobre todo, con orgullo.

Leonard estalló en una sonora carcajada.

— Yo no estaría tan seguro de eso.

Acto seguido, me agarró fuertemente de la cintura con la mano que tenía libre y se inclinó sobre mí con la clara intención de besarme. Sin embargo, en el último segundo, justo en el momento en que nuestros labios estaban a punto de rozarse, se apartó súbitamente de mí. Aunque siguió apretándome la mano con fuerza.

— No quiero besarte aquí, en mitad del pasillo, donde cualquiera puede vernos. ¿Por qué no entramos y…?

— Leonard, creo que lo mejor será que me vaya a casa.

Aquella respuesta por mi parte pareció enfurecerlo bastante, a juzgar por la tensión que se apoderó de su mandíbula. Su mirada irritada indicaba que estaba a punto de perder la paciencia.

— Creía que te gustaba — masculló en respuesta, al tiempo que me soltaba la mano que había estado manteniendo agarrada todo el tiempo —. ¡Pero qué idiota soy!

El pelirrojo se dio la vuelta, entrando de nuevo en su casa sin decirme adiós. Estaba a punto de darme con la puerta en las narices, cuando lo detuve.

— ¡Me gustas, Leonard! — le grité con todas mis fuerzas — Me gustas desde la primera noche en que te vi en el bar de mis tíos, cuando llegué a Estados Unidos.

Leo se paró en seco, con la mano derecha extendida sobre la puerta entreabierta y un pie dentro del recibidor de su casa. No había esperado aquella réplica por mi parte, y por primera vez desde que nos conocíamos, había dejado al pelirrojo sin palabras.

— ¿Qué es lo que has dicho? — preguntó con un hilo de voz, dándose la vuelta muy despacio.

Inspiré con fuerza, reuniendo así el valor que me faltaba para repetir las palabras que antes había pronunciado con relativa facilidad.

— Me gustas, Leo. Desde que te vi aquella noche, cantando y agitando la melena en el escenario del bar de mis tíos. El hermoso tono rojizo de tu cabello me hechizó desde el primer momento.

— Creí que habías dicho que mi color de pelo era espantoso. Que ni siquiera parecía natural — replicó, mirándome directamente a los ojos con tal intensidad que sentí mis rodillas flaquear.  

— Estaba cabreada, Leonard. En esos momentos habría sido capaz de decir cualquier cosa para hacerte daño.

— ¿De verdad te gusta el color de mi pelo? — inquirió, con una media sonrisa esperanzada.

Yo asentí con la cabeza.

— Entonces, si te gusto tanto, ¿por qué me rechazas, Victoria? — preguntó, visiblemente contrariado — ¿Es por Tom? Porque si es así…

— No es por Tom — lo interrumpí, cerrando los ojos con fuerza. Tenía que serle completamente sincera, se lo debía... Aunque eso significara morirme de la vergüenza en el proceso —. Bueno, en parte, sí, es por Tom. Es mi amigo, sé que siente algo más por mí que un simple cariño fraternal y no quiero hacerle daño — hice una pausa antes de continuar —. Pero hay algo más.

— ¿Y qué es? — preguntó Leo con tono irritante.

“Impaciencia, tu nombre es Leonard Woods”, pensé, al tiempo que buscaba en mi mente la forma más adecuada para decirle la verdad.

— Bueno, lo cierto es que tú eres un hombre muy… ejem, experimentado, por así decirlo, en lo tocante a… Bueno, tú ya sabes a lo que me refiero. Y yo… la verdad es que… Bueno, ya sabes lo que quiero decir.

Clavé la vista en el suelo sintiendo que aquélla era sin lugar a dudas la situación más embarazosa por la que había pasado en toda mi vida.

— Pues no, cariño. Me temo que no lo sé.

La irritación de Leo iba en aumento, casi al mismo ritmo que mi vergüenza. Mis mejillas no podían estar ya más rojas, y mis manos temblaban violentamente. ¿Por qué no se apiadaba Leo de mí y me dejaba en paz?

— Bueno, yo…

— ¿Tú, qué, Victoria? ¡Habla de una vez!

— ¡Soy virgen, maldita sea! — grité con todas mis fuerzas, alzando la cabeza, y clavando mi mirada en la suya. Ahora era yo la que se sentía que la irritación la estaba consumiendo por dentro.

— ¿Cómo dices?

— ¡Que soy virgen, gilipollas! ¡¿Es que acaso eres sordo?! ¡Soy virgen!

Leonard se quedó mirándome unos segundos con confusión, antes de estallar en una sonora carcajada.

— ¡¿Se puede saber de qué coño te ríes, Leonard?! — le grité furiosa.

— Siempre he sabido que eras virgen, Victoria — replicó, al tiempo que trataba de contener la risa —. Pero no entiendo qué tiene que ver eso con…

— Tenía miedo, ¿vale? Nunca he estado con un hombre. Y tú… ¡Ah, olvídalo! — contesté, dándome la vuelta y echando a andar de nuevo hacia las escaleras, echando humo por las orejas.

— ¡Victoria! — gritó el pelirrojo tras de mí — ¡Espera, por favor!  No estaba me riendo de ti. Estaba riéndome por la forma en la que te has enfurecido y me has gritado.

El pelirrojo había llegado ya a mi altura y me había obligado a pararme en seco en medio del rellano. Me tenía cogida del brazo, mientras que con la mano libre se sujetaba la toalla blanca que lo cubría de cintura para abajo. Estábamos tan cerca el uno del otro, que las gotitas que caían de su pelo empapado estaban mojándome el vestido y los zapatos.

— Yo jamás me reiría de ti — susurró contra mi oído, haciendo que un dulce escalofrío recorriera mi columna vertebral, como si un rayo cargado de electricidad me hubiese atravesado de parte a parte.

— Y si lo que te preocupa es que eres inexperta en según qué materias, no debes tener miedo — continuó, inclinándose sobre mí de forma que su pecho desnudo entraba ya en contacto directo con mi hombro —. Aquí estoy yo para enseñártelo todo.

Tras decir esto, me soltó el brazo y me agarró con fuerza de la cintura, apretándome contra su pecho, antes de atrapar mis labios en un beso, mucho más efímero de lo esperado…

— Como te he dicho antes, Victoria — empezó a decir Leonard, a modo de explicación, por haber interrumpido nuestro beso —. No quiero besarte en mitad del rellano. ¿Qué te parece si vamos a mi casa, donde estaremos más cómodos para…? Bueno, tú ya sabes a lo que me refiero…

Al pronunciar aquella última frase, que no tenía otro objetivo sino el de hacerme rabiar, me cogió de la mano y tiró con fuerza de mí hasta llevarme al interior de su casa. La casa que, a partir de aquel día, ya no volvería a mirar con los mismos ojos...

— ¿Prefieres que lo hagamos en el dormitorio o en el salón? — me preguntó con total naturalidad, al tiempo que recorría mi cuerpo con una mirada hambrienta.

Sí, Leonard iba siempre directo al grano…

— Esto… La verdad es que yo…

— No quiero que seas tan tímida conmigo, Victoria —me interrumpió, poniendo su dedo índice sobre mis labios —. Quiero que me demuestres que te gusto de verdad.

“¿Y cómo se supone que voy a hacer eso?”

Como si hubiese leído mis pensamientos, cogió mi mano y me llevó hasta el sofá del salón, donde nos sentamos uno al lado del otro.

“Vale, va a ser en el salón”.

— Bésame, Victoria — me exigió, desnudándome con la mirada.

No sin cierto nerviosismo, me incliné lentamente sobre él y roce mis labios con los suyos, aunque no me atreví a llegar más lejos. Esperaba que él completara el proceso, pero el pelirrojo no parecía estar por la labor.

— ¿Es que no va a besarme nunca, señorita? — preguntó con diversión.

— Eso no es cierto — protesté —. Nos hemos besado antes en…

— Te he besado yo, cariño — me interrumpió con una sonrisa malévola —. Tú te has limitado a no rechazarme, lo cual, me temo que no es suficiente. Quiero que me beses, quiero que me muerdas, ¡quiero comprobar que tienes sangre en las venas, maldita sea! Pero sobre todo, quiero sentir esa sangre tuya arder por mí.

Durante nuestra absurda discusión, Leo había acercado su rostro al mío aún más, de forma que nuestros labios se estaban rozando peligrosamente. Casi no pude resistir la tentación de abalanzarme sobre él y darle un buen mordisco. Pero mi timidez natural me impedía actuar de aquella manera tan salvaje. Me impedía dar el maldito primer paso.

— O me besas, Victoria, o no vamos a hacer nada, ¿me comprendes? — susurró contra mis labios, al tiempo que comenzaba a acariciarme el muslo con una de sus manos — Nada de nada.

— Leonard…

— Un beso. Es todo lo que te pido. Después, te haré todo lo que tú quieras.

El mero hecho de saber con claridad a qué se refería al decir “todo”, hizo que enrojeciera de vergüenza, por cuarta o quinta vez consecutiva aquella noche.

— Si no me besas, voy a pensar que no te gusto, Victoria — continuó, acariciándome el muslo en sentido ascendente.

Tal y como él había querido, la sangre se había convertido en mis venas en puro fuego líquido. Necesitaba saborear sus labios, necesitaba acariciar su cabello, necesitaba… Lo necesitaba a él.

Armándome de un valor que ni siquiera sabía que tenía, tomé su rostro entre mis manos con delicadeza, pues aquélla era la forma en la que a mí me hubiera gustado que me trataran en una situación así, y uní nuestros labios en un beso que ambos ansiábamos, con la misma intensidad que un borracho su botella.   

Al principio, era yo la que controlaba el beso, como así me había exigido el pelirrojo, pero éste no tardó en cambiar su parecer. Me recostó contra el sofá, y se colocó sobre mí, acariciando mi cuerpo con avaricia, pero sin dejar de besarme. Y en algún momento durante aquel íntimo contacto, sentí la erección de Leonard a través de la toalla, lo que, a diferencia de lo que sucedió en la ocasión de la playa, no me desagradó, sino que me excitó todavía más.  

Sus ardientes caricias iban a provocarme un ataque cardíaco, a juzgar por la velocidad a la que estaba latiendo mi corazón en aquellos momentos. No pude evitar acordarme entonces de unos versos de la canción “Wake me up befote you go go”. Una canción que Leonard y Tom siempre habían calificado como: “basura para discotequeros descerebrados carentes por completo de criterio musical”, y que, sin embargo, describía perfectamente mi estado de ánimo en aquellos momentos: “My beats per minute never been the same/ ‘Cause you’re my lady, I’m your Fool/ It makes me crazy when you act so cruel”.

— ¡Te deseo, Victoria! — exclamó cuando nuestros labios se separaron.

— ¡Y yo a ti, Leo! — repliqué, y dos segundos después de haber pronunciado aquellas palabras, no pude creer que hubieran salido de mis labios. Por la cara de sorpresa de Leonard, él tampoco podía creérselo.

— ¿Acabas de decir lo que creo que acabas de decir? — preguntó perplejo.

Yo asentí, incapaz de hablar durante unos segundos.

— Creo que lo mejor sería que nos fuéramos a mi dormitorio, ¿sabes? Tom podría venir en cualquier momento y no me apetece que nadie nos interrumpan hoy.

Se levantó entonces del sofá de un salto y tiró de mí para conducirme hasta su habitación, en la que sólo había estado una vez.

— Espera un momento aquí. Voy al baño un momento, a por los condones.

Yo tragué saliva con fuerza, sabiendo perfectamente que ante aquella sugerencia no había vuelta atrás.

— Vale — repliqué con un hilo de voz.

Leonard esbozó una sonrisa cómplice, antes de salir de su habitación, dejándome sola entre pósters y discos de AC/DC, Queen y algunos otros grupos que en aquellos momentos todavía no conocía.

Me senté en el borde de su cama, procurando controlar el desbocado latir de mi corazón. No oí entrar a Leonard, lo que el pelirrojo aprovechó para colocarse sigilosamente a mi espalda y comenzar a desabrocharme el vestido.

— ¿Qué… qué es lo que estás haciendo, Leo? — conseguí balbucear, unos segundos después.

No contestó. Se inclinó sobre mí y empezó a darme pequeños mordisquitos en el cuello, mientras me quitaba la ropa con el hambre escrita en sus ojos. No sin cierto temblor en mis manos, me di la vuelta de forma que quedamos cara a cara, y comencé a acariciar su espalda desnuda y mojada, muy despacio.

Cuando quedé desnuda frente a él, aparté la mirada de su rostro con vergüenza. Él, sin demasiada delicadeza, tomó mi rostro entre sus manos y me obligó a mirarlo directamente a los ojos.

— Preciosa — sentenció.

Aquella sencilla palabra hizo que mi corazón se detuviera durante un segundo, para después reanudar su marcha a un ritmo enloquecedor. Entonces, siguiendo un impulso que nunca antes en mi vida había sentido, deslicé mi mano hacia la parte inferior de la espalda de Leonard, y le quité la toalla. El pelirrojo se quedó mirándome perplejo, antes de preguntar:

— ¿No estaremos yendo demasiado rápido, verdad? Yo quiero hacerlo, más que nada en el mundo, pero tal vez tú…

— Yo también quiero hacerlo, Leo — lo interrumpí —. Te quiero a ti.

Aquellas palabras parecieron terminar de convencerlo, pues sin más preámbulos unió nuestros labios en un beso tierno, pero al mismo tiempo voraz.

— Túmbate, Victoria, por favor — me pidió con voz jadeante, tras haber interrumpido nuestro beso.

Cuando al acostarme mi piel desnuda entró en contacto con la colcha de la cama, sentí que un escalofrío me recorría por todo el cuerpo. Leonard pareció notarlo también y soltó una risita traviesa. Me daba la impresión de que yo era su primera virgen y de que estaba esmerándose porque todo saliera bien.

“Al menos, no soy yo la única que está nerviosa aquí”, pensé para mis adentros.

Pero Leonard no era de los que dejaban que los nervios lo dominaran. Se puso el condón que había traído del baño y me separó las piernas con una delicadeza inusitada en él. Tenía sus ojos clavados en los míos, como pidiéndome permiso. Yo asentí con la cabeza a modo de respuesta.

Se inclinó sobre mí y me besó tiernamente, sin prisas. Incapaz de contenerme, enredé mis manos en su cabello rojizo y comencé a acariciarlo muy suavemente. Leo, a su vez, acariciaba mis pechos con avaricia, prolongando el beso, haciéndolo más profundo, más violento. Más carnal.

Sin separar nuestros labios, Leonard comenzó a acariciarme el muslo a modo de advertencia. Yo me preparé mentalmente para lo que estaba por venir y separé un poco más las piernas, invitándolo así a continuar.

La respuesta del pelirrojo no se hizo esperar y me penetró muy suavemente, como si temiera hacerme daño, al tiempo que entrelazaba nuestras manos con fuerza.

Sentía la presión de su cuerpo contra el mío en cada poro de mi piel, y entonces me di cuenta de que nunca volvería a estar tan conectada a alguien como en aquel preciso instante. Aquella experiencia nunca volvería a tener ese punto mágico e impredecible de la primera vez.

Leonard no detuvo sus caricias mientras me hacía el amor. En todo el tiempo que le conocía, ni se me habría ocurrido pensar que pudiera ser tan cariñoso y considerado. Pero lo cierto es que bajo esa máscara de insensatez y arrogancia que se ponía cada mañana al levantarse, había un hombre dulce y romántico, que a mí me estaba volviendo loca de placer.  

Al principio, la experiencia resultó ser algo incómoda y dolorosa, pero el hecho de estar compartiendo uno de los momentos más importantes de vida con Leonard y no con otro, atenuó ese malestar inicial, convirtiéndolo paulatinamente en el más hermoso de los placeres.

No quería que ese momento acabara nunca. Quería permanecer para siempre unida a él. Puede que no sólo por el placer, puede que no sólo porque estaba enamorada de Leonard, sino quizá también porque no sabía cómo se suponía que tendría que actuar con él a partir de entonces. Esa incertidumbre me corroía por dentro, empañando en parte la felicidad del momento.   
           
Desterré esos pensamientos de mi mente y me concentré en disfrutar de la experiencia, que, como todo aquello que los humanos consideramos como mágico y excepcional, es también efímero y extenuante.

— Ha sido maravilloso — susurré contra su oído con voz jadeante, cuando ambos llegamos al clímax.

— No ha sido maravilloso — replicó el pelirrojo —. Ha sido el momento más mágico y feliz de toda mi vida. 

sábado, 25 de junio de 2011

Capítulo XII. I love playin' with Fire (Parte 1)

Victoria 
Le perdí la pista a Leonard en cuanto salió del restaurante. Ese pelirrojo era mucho más rápido que yo, por lo que, por mucho que me esforzara, no iba a ser capaz de alcanzarlo. Supuse que se habría ido a casa, ya que el único refugio que le quedaba aparte de éste, era el bar de Marty, que por motivo de la boda, no se abriría hasta la noche siguiente.

Fui hasta la parada de taxis más cercana, y esperé a que apareciera uno que me llevara hasta el hogar del pelirrojo. Podría haber ido andando, pero no estaba acostumbrada a llevar tacones, y mis pies ya se habían resentido lo suficiente durante la “persecución” de Leonard, como para tener que ir a pie a cualquier otro sitio.  

Tenía que arreglar las cosas con él. Obviamente había malinterpretado la “oferta” que me había hecho Tom mientras cenábamos, por eso se había puesto así. Claro que, ya estaba enfadado antes de la cena. Nos había tratado a Tom y a mí con desprecio, como si se sintiera traicionado. ¿Acaso estaba celoso de su amigo? Sí, eso tenía que ser. Pero lo cierto es que no tenía ningún derecho a estarlo. No estábamos saliendo. Yo no era de su propiedad.

Pero entonces recordé lo que había sentido al enterarme de que Iuta y Leo habían estado saliendo juntos. No me había dado cuenta hasta aquel mismo instante, o puede que simplemente no hubiese analizado debidamente mis sentimientos, pero lo cierto es que ese resentimiento injustificado que sentía hacia ella, tenía su origen en el hecho de que hubiese compartido con Leonard algo más que una simple amistad. Ahora lo veía claro, había estado celosa de Iuta todo ese tiempo. ¿Cómo podía entonces, exigirle a Leonard que no actuara de igual modo con respecto a Tom?

— ¿Quiere que la lleve a algún sitio, señorita?

La voz del taxista me sacó de repente de mis cavilaciones. Me subí en el asiento trasero del vehículo, le indiqué al buen hombre la dirección a la que me dirigía,  y me incliné hacia atrás en el asiento, tratando inútilmente de poner orden al caos de pensamientos que controlaba ahora mi mente.  

¿Estaba enamorada de Leonard? Eso no era posible. Sólo éramos amigos, además, acababa de conocerlo, por lo que era demasiado pronto como para haber “caído en sus redes”. Pero ¿Qué otro motivo sino podía explicar el que estuviera esa noche, metida en un taxi de camino a su casa? Esa noche, en la que tendría que haber estado en la boda de Michael, uno de los mejores amigos de mi tío Marty.

— Señorita, hemos llegado — me indicó el taxista, sacándome de nuevo de mis cavilaciones, con su grave voz de camionero.

Me bajé del vehículo después de haberle pagado el precio estipulado, y crucé a la acera donde estaba la casa de mi amigo el pelirrojo. Estaba a punto de llamar al telefonillo, cuando alguien abrió el portal desde dentro del edificio. Era un hombre mayor, que bajaba a tirar la basura, y que tuvo la amabilidad de aguantarme la puerta para que entrara.

— Buenas noches, chiquilla — me saludó con una amable sonrisa, antes de echar a andar calle abajo, hacia los contenedores.

— Buenas noches — repliqué, entrando en el edificio, ése que en las últimas semanas se había convertido en mi segunda casa.

Todo estaba igual que la última vez que había estado allí, apenas unas horas antes, y sin embargo, todo había cambiado. El pálido tono beige de las paredes me resultaba mareante, apenas podía soportar el mirarlo directamente. La vieja lámpara llena de telarañas, que antes me había parecido encantadora, me producía ahora escalofríos. Los buzones, la mayor parte de ellos atestados de propaganda, parecían decirme a gritos: “¡Huye de aquí, insensata!”

Comencé a subir las escaleras que conducían a la casa de Leo, con mi corazón latiendo a un ritmo infernal contra mi pecho. Todavía no sabía qué iba a hacer, y mucho menos qué iba a decirle. Pero estaba segura de que cuando lo tuviera delante, las palabras saldrían solas de mis labios, como el agua de un río fluye de manera natural a través de la montaña.

Cuando por fin llegué a mi destino, estaba sin aliento. Subir escaleras nunca ha sido uno de mis pasatiempos favoritos, pero el ascensor de casa de Leo y Tom siempre estaba estropeado, por lo que subir “a pata”, como decía Tom, era mi única opción. Y encima, ese día llevaba tacones. ¿No podían pasarme más cosas a la vez?

Llamé dos veces al timbre de la puerta. Nadie contestó. Lo intenté una tercera, sin obtener un resultado diferente.

— ¡Leonard, por favor, ábreme! — grité, después de la cuarta — ¡Leonard, te estás comportando como un crío! ¡Haz el favor de abrirme la puerta!

Estaba a punto de dar media vuelta y marcharme, cuando oí que alguien estaba descorriendo el cerrojo al otro lado de la puerta. Durante “mi paseo por la escalera”, había estado pensando en todo lo que iba a decirle en cuanto me abriera. Sin embargo, la imagen que apareció ante mí un segundo después en el vano de la puerta, me dejó sin aliento, y sobre todo, sin palabras...  

— ¿Qué quieres? — inquirió Leonard con voz cortante. Sin embargo, mi mente ya no podía prestar atención a lo que decía mi amigo, porque estaba demasiado ocupada comprobando que ese hombre era pelirrojo… Por todas partes… — Victoria — me llamó, devolviéndome súbitamente a la realidad. La cruel y dura realidad —, te he preguntado qué haces aquí.

— Yo… Quería hablar contigo — repliqué en un balbuceo, pues en aquellos momentos la única imagen clara que podía proyectar mi mente era la de su magnífico pecho desnudo… —. Pero supongo que tú no, a juzgar por cómo te has ido de la boda, y por cuánto has tardado en abrirme la puerta….

— Si he tardado tanto en abrirte la puerta es porque me estaba duchando, como tú misma has podido comprobar — replicó con tono ácido, al tiempo que señalaba su cuerpo semidesnudo con la mano, como si de esa forma quisiera reforzar su argumento.

— Ya, sí, eso es cierto — repliqué, incapaz de apartar la mirada de su cabello rojizo, que estaba ahora totalmente chopado —. Pero no puedes darme ningún motivo que excuse tu conducta de esta noche, durante la boda de Michael.

De su cabellera empapada, caían pequeñas gotitas que resbalaban por sus hombros y su pecho desnudo, de una forma que sólo podía considerarse como increíblemente erótica. ¿Cómo no me había dado cuenta antes de lo atractivo que era ese hombre? No. Sí que me había dado cuenta, pero no había tenido el valor de reconocerlo hasta aquel mismo instante.

El pelirrojo soltó una amarga carcajada ante mi respuesta.

— Yo no tengo por qué dar explicaciones a nadie sobre mi conducta de esta noche, Vicky. Y mucho menos a ti.

La manera tan desdeñosa en la que había pronunciado mi diminutivo, Vicky,  me hizo recordar la forma en que mis antiguas compañeras de instituto me habían tratado siempre. Puede parecer una nimiedad, pero para mí fue como si me clavara un puñal.

— Leonard, he venido aquí esta noche para que arreglemos las cosas, no para que las estropeemos aún más.

— ¿Arreglar qué, Victoria? No hay nada que arreglar. Vuelve a la cena con Tom, seguro que te echa mucho de menos.

— Yo no tengo nada con Tom, Leo — repliqué con tono cansino.

— ¿Ah no? — me contestó él con sarcasmo — Pues yo no creo que él lo tenga tan claro como tú.

Ante aquella respuesta tan típica de amante celoso y despechado, no pude sino soltar un resoplido hastiado. Estaba claro que Leonard no pensaba ponerme las cosas nada fáciles…

— Mira, Leonard, no me importa lo que piense Tom, ¿de acuerdo? Si así fuera, estaría ahora con él, y no tratando de razonar con un testarudo como tú.

— Quiero que te vayas, Victoria —me soltó, cerrando los ojos con fuerza —. Eres la última persona con la que me gustaría “razonar” en estos momentos.

— Leonard, te estás comportando como un crío malcriado.

— Y tú como una…

Se interrumpió antes de terminar la frase, pero a mí no me cupo la menor duda de lo que había estado a punto de decir. Y eso hizo que la sangre me hirviera en las venas con una furia que no había sentido nunca antes.

— ¡¿Cómo una qué, Leonard?! ¡Atrévete decirme a la cara lo que piensas de mí!

— ¡Victoria, lárgate de una puta vez! — gritó, igualando mi tono furibundo.

— ¡Dime lo que piensas de mí, si eres hombre, Leonard!

Cada vez estaba más furiosa con ese hombre tan arrogante, irritante, tozudo, creído y, sobre todo, gilipollas. Si no hubiese sido mucho más alto que yo, ya le habría soltado un buen bofetón.       

— Victoria…

— ¡Vamos, pelirrojo desteñido! ¡Dímelo!
           
Me había pasado de la raya. Podía ver claramente, por el dolor reflejado en sus ojos, que mis palabras lo habían herido en lo más profundo de su alma. No habían pasado ni dos segundos después de haberle dicho aquello, cuando me soltó entre dientes, con sus manos temblando violentamente:

— ¿Qué acabas de decir?

No estaba segura de si debía continuar con aquello. Después de todo, Leonard era mi amigo y sabía perfectamente lo susceptible que era en lo tocante al color de su cabello. Pero él también me había ofendido, y en aquellos momentos estaba tan furiosa, que no me importaba si Leonard sufría o no.

— Tu color de pelo es espantoso. Puede que ni siquiera seas pelirrojo natural…
           
Acababa de firmar mi sentencia de muerte. Leonard apretó los puños e inspiró con fuerza, llenando de aire sus pulmones, en un vano intento por calmarse. Estaba segura de que iba a matarme allí mismo, a juzgar por la tensión que dominaba su cuerpo en aquellos momentos. Pero nada más lejos de la realidad… 
           
— ¿Sí? Pues yo creo que tus pechos son demasiado pequeños para ser una mujer — hizo una pausa, y después añadió en un tono malévolo — ¿Acaso nos estás ocultado algo, Victoria?... ¿O debería decir Víctor?

Aquélla fue la gota que colmó el vaso. Si antes había estado furiosa, ahora una ira asesina bullía en mi interior, pugnando por salir.

— ¡Serás cabrón! — grité, al tiempo que me abalanzaba sobre él, sin considerar previamente las consecuencias que podían desencadenar mis actos.

Levanté la mano en dirección a su rostro, con la clara intención de darle una buena tunda, pero él tenía mejores reflejos que yo, por lo que consiguió agarrarme fuertemente de la muñeca y evitar mi golpe.

— Nadie insinúa que mi color de pelo no es natural — afirmó, con una oscura amenaza escrita en sus ojos esmeralda.

— Suéltame o grito.

Sí, ya lo sé. Esa amenaza es un topicazo de estas ocasiones, pero ¿qué queréis que os diga? En esta situación tan surrealista no se me ocurrió nada mejor que decirle.

— Eres tú la que has estado a punto de soltarme un guantazo y ahora quieres que yo que te trate con respeto, ¿no?

— Me estás haciendo daño.

— ¿Ah, sí? — replicó con sarcasmo — Tú a mí me has hecho mucho más daño.

— ¡Por el amor de Dios, Leonard! ¡¿Cómo tengo que decirte que no tengo nada con Tom?! Y aunque lo tuviera, no sería de tu incumbencia. Tú y yo no somos pareja.

— Eso es sólo porque tú no quieres.

Sus ojos verdes se clavaron entonces en los míos, recorriéndome lentamente con una mirada entre hambrienta y asesina. La piel me escocía, como si al mirarme, me estuviera quemando con el mismo fuego del infierno. No sería de extrañar que pronto me convirtiera en cenizas…

— Deberías irte ahora, Victoria — me advirtió con fiereza —. De lo contrario, no respondo de lo que pueda hacerte.

— ¿Vas a matarme? — pregunté con un hilo de voz.

— No, peor. Voy a devorarte.

martes, 21 de junio de 2011

Capítulo 11. La boda de Michael (Parte 4)

Tom
A pesar de que aquel hombre apenas me llegaba por los hombros, y de que debido a su escasa masa corporal, de un soplido seguramente habría podido tumbarlo, me imponía bastante.
           
My name is Tom — repliqué con una sonrisa de lo más forzada —. I’m a friend of the groom. Nice to meet you too.
           
El tal Pere asintió con la cabeza, pero sin dejar de recorrerme con una mirada suspicaz. ¿Acaso se pensaba que iba a violar a su hija?
           
So you are a musician too. Interesting — replicó, mesándose la barba con una expresión en su rostro más propia de un agente de la CIA que de un músico, y que a mí me acojonó bastante —. What instrument do you play?
           
I play the bass guitar — contesté con orgullo. A él, sin embargo, el bajo no parecía entusiasmarle demasiado, a juzgar por la mueca de desagrado que se formó en sus labios ante mi respuesta.
           
Interesting — repitió con desdén.

Pare, per què no el deixes en pau? Ell solament estava intentant ser amable amb mi — intervino entonces Anna en su lengua derivada del latín, y aunque no entendí ni una palabra de lo que había dicho, intuí que le había pedido a su padre que dejara de darme el coñazo.
           
Amable? — replicó su padre en tono jocoso — I una merda! Aquest solament vol una cosa, com tots els homes! O és que tu et penses que em xucle el dit?!

Vale, ahora estaba muy cabreado. “Lo más inteligente en este caso sería salir por patas, Tommy. A ver si se va a repartir alguna hostia y te la vas a llevar tú por imbécil”, pensé al ver cómo pintaba el panorama. Sin embargo, no podía dejar a Anna sola con todo el marrón. Mi faceta de caballero valiente y, sobre todo, leal al sexo opuesto me lo impedía.
           
Man, it’s ok. I just wanted to introduce myself to your daughter because I think all of you play very well. I didn’t want to cause problems, ok?            

El hombrecillo, pues debido a su escaso tamaño no se me ocurre otra forma mejor de denominarlo, asintió con la cabeza sin dejar de mirarme con desconfianza.
           
Our break is over now — me dijo unos segundos después, antes de coger de nuevo su violín y sentarse en la silla que había al lado de su hija.
           
“Sí, Pere, colega, he captado la indirecta”, pensé con sarcasmo, antes de dirigirme hacia las escaleras del escenario para volver a la “fiesta”.
           
Tom — oí que me llamaba una voz femenina a mi espalda. Cuando me di la vuelta para ver quién era, me encontré de frente con Anna, a la que su padre contemplaba con una mirada de desaprobación —, it was nice talking with you.

                                                                                                   
Angela       
Clavé la vista en el suelo, esperándome lo peor. Si mi vida estaba en manos de un colgado con escopeta, ya podía darme por muerta.
           
— ¿Es que no me has oído, cabrón? — oí que le gritaba Johnny a mi atacante, poniendo voz de tipo duro muy cabreado. Si en aquellos momentos mi vida no hubiese pendido de un hilo, habría estallado en una sonora carcajada.
           
— Tío, por favor, no me mates — le suplicó mi atacante a Johnny, al tiempo que levantaba las manos por encima de su cabeza en señal de rendición.
           
“¡Cabrón!”, pensé. “Antes tan chulito y ahora se caga de miedo”.
           
— ¡Lárgate de aquí de una vez!
           
El tipo, que a pesar de ser un cerdo sin escrúpulos todavía parecía conservar algo de sentido común, soltó mi bolso y echó a correr calle abajo muy asustado. Fue sólo entonces cuando me atreví a levantar la vista hacia Johnny.
           
— ¿Estás bien? — me preguntó, mirándome muy preocupado.
           
Yo asentí con la cabeza, al tiempo que trataba de ponerme en pie, sin éxito. Al ver que me tambaleaba, Johnny acudió en mi ayuda, por segunda vez aquella tarde, y, apoyándome en su brazo conseguí levantarme.
           
— Gracias por salvarme la vida, Johnny — le dije, sin mirarlo directamente a los ojos por vergüenza.
           
— No hay de qué — replicó él con una sonrisa complacida.
           
— ¿Cómo es que has aparecido de repente? Pensé que habías vuelto a la boda.
           
Mi salvador se quedó mirándome con una ceja enarcada.
           
— ¿Volver a esa mierda de fiesta tan aburrida? ¡Ja! No. Lo cierto es que estaba dando una vuelta con el coche y cuando vi este callejón pensé que sería el lugar idóneo para fumarme un porro. Luego, cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, volví al coche para coger la escopeta de perdigones que utiliza mi padre para cazar gorriones cuando vamos de vacaciones al pueblo de mi abuelo.
           
“¡Madre de Dios!”, pensé. “Este tío esta más zumbado de lo que pensaba”.
           
— Bueno, ¿quiere que la lleve a casa, señorita? Ya sabe usted que sería un placer para mí.
           
Puse los ojos en blanco ante aquella sugerencia “tan alentadora”. Aunque lo cierto es que después de lo que había estado a punto de pasar en aquel callejón, no me apetecía para nada volver sola a casa.
           
— Si, por favor — repliqué con una tímida sonrisa, del todo impropia en mí.

             
Tom
Definitivamente nos habían puesto juntos a todos los frikies. Frente a mí estaba sentado el señor No-me-toques-los-cojones-que-hoy-no-es-mi-día, también conocido en otros tiempos como Leonard, y a su derecha, una pensativa Victoria, que hacía todo lo posible por no mirar a Leo, sin éxito alguno, debo añadir. A su vez, a la derecha de ésta se encontraban Úrsula y Marty, que desde que habían visto a Angela, aunque no hubiesen hablado con ella directamente, estaban también muy abstraídos, y apenas pronunciaban palabra. Y a mi lado, la silla vacía de Johnny, que me mantuvo preocupado durante toda la comida.

Mi mente se empañaba en convencerme de que Johnny estaría bien, seguramente en la cama de alguna mujer infelizmente casada, o en la de alguna virgen desesperada que habría caído en sus brazos sin demasiado esfuerzo. Pero mi corazón presentía que algo no iba bien. Johnny era un irresponsable, sí, ¿pero iba a tomarse tan a la ligera la boda de un amigo?

— ¿No vais a tocar nada esta noche, Leo? — le preguntó Marty al pelirrojo de repente — Sería un detalle muy bonito por vuestra parte.

— No, lo cierto es que no. No sabemos dónde se ha metido Johnny, por lo que nos haría falta el batería, además, creo que si tocáramos alguna de nuestras canciones, al padre de la novia le daría un ataque.

Marty y el pelirrojo rieron ante aquella ocurrencia. Así que conmigo se comportaba en plan borde y con Marty desplegaba todo su “encanto natural”.

— De todas formas —intervine yo para fastidiar al pelirrojo —, el cuarteto de cuerda que está tocando es bastante bueno, ¿no te parece, Marty?

El interpelado asintió con la cabeza, al tiempo que Leo me taladraba con una mirada asesina por haber interrumpido tan deliberadamente su conversación.
           
— ¿Te gusta la música clásica, Tom? — me preguntó Úrsula, metiéndose de repente en la conversación.
           
— Bastante, ¿sabes? Me relaja muchísimo.
           
— A mí también me gusta mucho la música clásica — dijo Vicky, que al parecer estaba bastante contenta de tener algo de que hablar.
           
— Cuando era pequeño, mi madre me llevó durante algún tiempo a clases de violín, pero muy pronto ambos nos dimos cuenta de que lo mío era el bajo, ¿sabes?
           
— ¿Y nunca has vuelto a tocar el violín? — preguntó con curiosidad, al tiempo que pinchaba con su tenedor un trozo de lechuga de su plato.
           
— No, nunca. No es porque no me guste, de hecho pienso que el violín es uno de los instrumentos capaces de crear las melodías más hermosas, pero al centrarme más en el bajo y en el piano, me dejé el violín más de lado.
           
— ¿También tocas el piano? — inquirió Victoria con admiración.

Yo asentí con la cabeza, esbozando una media sonrisa, al tiempo que por el rabillo del ojo veía que Leonard se movía nervioso en su silla. Parecía molesto, pero sobre todo, muy cabreado. ¿Qué coño le pasaba hoy?

— A mí me gustaría aprender a tocar el piano — continuó Victoria —. De hecho, siempre quise aprender, pero mi madre lo consideraba una pérdida de tiempo.

— Bueno, a mí no me pasó eso porque mi madre es música, ¿sabes? Desde que tengo uso de razón siempre ha estado dándome el coñazo con que tengo que aprender solfeo y tocar varios instrumentos. Si quieres — añadí con una sonrisa pícara —, yo no tengo inconveniente en enseñarte a tocar el piano… y otras cosas.

A Úrsula se le cayó el tenedor de la mano ante aquella réplica por mi parte, mientras que Marty trataba de contener la risa a duras penas. Victoria, por su parte, se había puesto roja como un tomate y había apartado la mirada de mi rostro con vergüenza. Leonard, sin embargo, fue al que más le impactó mi sugerencia.

— Se me ha quitado el hambre de golpe — soltó de repente, al tiempo que se levantaba de la silla con tanta violencia, que a punto estuvo de tirarla al suelo.  
           
— ¡Leonard, espera! — le gritó Victoria, pero Leo ni se inmutó. Echó a andar hacia la salida de la sala de convites — ¡Leo, por favor, no te vayas!
           
El pelirrojo había salido ya de la estancia, cuando Victoria echó a correr tras él.   


Anna
La chica había salido corriendo tras aquel gigante pelirrojo, sin importarle las advertencias de Tom, ni del joven matrimonio que estaba sentado junto a ella. Parecía desesperada por hablar con él, por hacerlo entrar en razón.

Leo, please, don’t go!”,  le había gritado con todas sus fuerzas. Estaba claro que ese hombre era muy importante para ella, de lo contrario no se habría rebajado hasta el punto de salir en su persecución.

Victoria! — oí que le gritaba Tom desde la mesa — Leave him alone!

La chica no le hizo caso, echó a correr hacia la salida, a pesar de que los tacones que llevaba puestos no eran el calzado más idóneo para salir a la carrera. Por mucho que le doliera a Tom, ella ya había tomado una decisión. Y él no era el elegido.

Mi padre, que estaba sentado a mí lado, se inclinó sobre mí y me susurró al oído, con toda la intención de fastidiarme:

Eixe no és el xic amb el que estaves parlant abans?
           
Sí, pare — repliqué entre dientes —. És ell.
           
Veus com jo tenia raó, carinyet? — insistió — Eixe xic solament volia…
           
Pare — lo interrumpí con voz cortante —, deixa-ho estar, vols?
           
Mi padre, que al parecer aún conservaba algo de compasión, decidió hacerme caso, y se calló de golpe. Desvié la mirada de nuevo hacia Tom, que ahora parecía más calmado. Se había sentado en la silla que antes había ocupado la chica que había salido en persecución del pelirrojo.
           
I think Leo is gone home — oí que le decía al matrimonio junto al que estaba sentado —. I have to…
           
No, darling — replicó la mujer —. Let them solve their problems.
           
Tom asintió con la cabeza sin demasiada convicción, antes de darle un buen sorbo a su copa de vino. Fue entonces cuando pareció darse cuenta de que alguien lo estaba observando fijamente. No pude apartar la mirada y nuestros ojos se encontraron de nuevo. Tom me dedicó una media sonrisa y yo incliné la cabeza en su dirección a modo de respuesta.
           
No m’agrada aquest xic, Anna — intervino de nuevo mi padre.
           
Quina novetat! — repliqué con sarcasmo.
           
Anna…
           
Pare, per favor, no comences amb romanços.
           
Jo solament dic que…
           
Tom no m’agrada, d’acord? No vull tindre res amb ell.
           
D’acord, filla — replicó, algo más calmado. No sabía que esa calma iba a durar poco tiempo…


Angela       
— Muchas gracias, Johnny — le dije con una sincera sonrisa —.Por todo.
           
Acabábamos de llegar al portal de mi casa. Después de todo lo que había pasado en la iglesia con Hans, no estaba segura de que aquél fuera el lugar donde quería estar, pero no lo cierto es que no tenía otro sitio a dónde ir. Johnny me devolvió la sonrisa con otra aún más deslumbrante, antes de replicar:
           
— No ha sido nada, Angie. Si necesitas cualquier otra cosa de mí, lo que sea, no tienes más pedírmela.
           
Obviando el doble sentido de sus palabras, volví a darle las gracias, antes de desbrocharme el cinturón y bajar de su coche.
           
— Ha sido un placer conocerte, Johnny. Aunque seas un salido y estés chiflado.
           
En lugar de enfadarse por mi comentario, Johnny ensanchó su sonrisa. Era difícil cabrear a ese hombre.
           
— Pequeña, es precisamente en la locura donde reside mi encanto natural.
           
Tras cerrar la puerta del copiloto y despedirse de mí con un gesto de la mano, arrancó el coche y desapareció calle abajo, dejándome sola. Más sola de lo que me había sentido nunca.



Vocabulario en valenciano
Pare, per què no el deixes en pau? Ell solament estava intentant ser amable amb mi”: Papá, ¿por qué no lo dejas en paz? Él solamente estaba intentando ser amable conmigo.
Amable? I una merda! Aquest solament vol una cosa, com tots els homes! O és que tu et penses que em xucle el dit?!”: ¿Amable?¡Y una mierda! ¡Éste solament quiere una cosa, como todos los hombres! ¿O es que tú te crees que me chupo el dedo?
“Eixe no és el xic amb el que estaves parlant abans?”: ¿Ése no es el chico con el que estabas hablando antes?”
Sí, pare. És ell.”: Sí, papá. Es él.
Veus com jo tenia raó, carinyet? Eixe xic solament volia…”: ¿Ves como yo tenía razón, cariño? Ese chico solamente quería…
Pare, deixa-ho estar, vols?”: Papá, déjalo estar, ¿quieres?
No m’agrada aquest xic, Anna”: No me gusta ese chico, Anna.
Quina novetat!”: ¡Qué novedad!
“Pare, per favor, no comences amb romanços.”: Papá, por favor, no empieces con romances.
“Jo solament dic que…”: Yo solamente digo que…
“Tom no m’agrada, d’acord? No vull tindre res amb ell.”: Tom no me gusta, ¿de acuerdo? No quiero tener nada con él.
“D’acord, filla”: De acuerdo, hija.