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"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Capítulo XX. Game Over (Parte 1)

Buenas noches, chic@s, aquí os dejo con la parte 1 del capítulo 20. Sorry por haber tardado tanto en subirlo y tal. He incluido en este capítulo un minidiálogo en valenciano (o catalán o balear o como vosotros queráis llamarlo XDDDD), os dejo la traducción al final del todo. ¡Un beso!




Iuta
No sabía qué era lo que iba a encontrarme en casa de Emma, pero aún así, necesitaba escuchar la verdad de sus labios. Incluso aunque esa verdad fuera dolorosa.
           
Había sido muy dura con mi hermana y lo sabía, pero en aquellos momentos había estado demasiado nerviosa e histérica como para pensar con claridad. Y mucho menos como para tratar a Angela con la consideración que se merecía.
           
Y lo cierto es que la cordura todavía no había regresado de forma completa a mi mente. Me había saltado dos semáforos en rojo y a punto había estado de atropellar a una viejecita en un paso de cebra. Menos mal que la casa de Emma estaba relativamente cerca, porque en ese estado tan inestable, era el diablo sobre ruedas.
           
Bajé las ventanillas y puse la radio a tope en un intento por despejarme. En aquellos momentos deseé ser fumadora para poder calmar mis ansias asesinas con un maldito pitillo. Pero era demasiado responsable para eso. Siempre había sido demasiado jodidamente responsable. Y ahora el universo me castigaba por mi auto impuesta estupidez. La funesta voz de mi mente que siempre me reprochaba mis defectos, rio a carcajada limpia. Me lo tenía bien merecido, por idiota.
           
Desde que habíamos vuelto de nuestra escapada romántica, apenas había hablado con Emma durante más de diez minutos. Y la conversación siempre había girado en torno al mismo tema: mi padre. Yo era más que consciente de que nos estábamos distanciando, de que más que enfriarse, la relación se estaba congelando, pero no veía el modo de evitarlo. Estaba muy cansada ya como para seguir luchando. Y tal vez… Tal vez Emma estaba ya muy cansada de tener que lidiar conmigo y mis malditos problemas.
           
Sí, era más que probable que se hubiera liado con otra. Y yo no tenía derecho a reprochárselo. Yo ya no era la mujer de la que se enamoró, ahora no era más que un deshecho, una vaga sombra de lo que fui antaño, cuando iniciamos nuestra relación. Cuando mi padre todavía seguía vivo.
           
Frías lágrimas comenzaron a rodar por mi rostro, tan cortantes como diminutos trocitos de cristal. En poco menos de una semana mi mundo se había derrumbado ante mis ojos, y yo permanecía sentada de brazos cruzados, contemplando con impotencia como la gente seguía alegremente con sus vidas, mientras yo me hundía cada vez más en la oscuridad.
           
Aparqué mi destartalado descapotable frente a la vieja casa de los padres de Emma. Eran pasadas las seis y media, por lo que probablemente estarían cenando, pero no me importaba. Iba a aclarar toda aquella situación de forma inmediata.
           
Bajé del coche y lo cerré dando un sonoro portazo. No me hacia falta alzar la vista hacia la ventana del último piso para saber que Emma estaría asomada a ella, siguiendo fríamente cada uno de mis movimientos. Aquella mujer era un animal de costumbres fácilmente predecible.
           
Avancé a grandes zancadas hacia la puerta de entrada de la casa. Sentía el pedregoso suelo de grava crujir bajo mis botas, un sonido que en otro tiempo me había parecido sumamente relajante, pero que ahora perforaba mis oídos cual insoportable taladradora.
           
La madre de Emma me abrió la puerta principal incluso antes de haber llamado al timbre. Sin duda, me estaban esperando.
           
— Emma se encuentra un tanto indispuesta en estos momentos — me soltó, recorriéndome con una mirada desafiante y acusadora a un tiempo.
           
— No más que yo, se lo aseguro — repliqué con voz cortante, devolviéndole aquella mirada con otra de mi cosecha.
           
— Mamá, no pasa nada — se oyó su voz al fondo del pasillo —. Déjala pasar.

La vieja bruja apretó la mandíbula con tal fuerza, que casi temí que se rompiera los dientes, pero abrió un poco más la puerta, dejándome hueco para que pudiera pasar.
           
— Adelante.

La casa seguía tan impoluta como yo recordaba, debido al trastorno obsesivo-compulsivo de la señora Johnson. Lo cierto es que no podía culparla. Cuando una tiene una vida tan vacía y aburrida como la suya, no le queda otra que buscarse aficiones.
           
— Supongo que has venido a hablar sobre lo ocurrido con tu hermana. Y supongo también que ella te habrá contado por qué… me golpeó.
           
La vergüenza ardía en sus ojos, tan brillante como una hoguera en medio de la noche. A punto estuve de apiadarme de ella, pero cuando mi vista se clavó en su nariz, rota y cubierta por un rudimentario vendaje, el motivo por el que había ido hasta allí volvió bruscamente a mi mente.
           
— Sí — contesté con dureza —. Aunque no sé por qué, quería darte la oportunidad de explicarte. Estúpida de mí.
           
Emma cerró los ojos y tragó saliva con fuerza.
           
— No sé qué me pasó, Iuta. Esa mujer apareció en el bar y yo había tenido una mala noche…
           
— Habías tenido una mala noche — repetí, con la voz impregnada por la calma que precede a la más negra de las tormentas —. ¿Y yo qué? Yo no sólo he tenido una mala noche. ¡He tenido la peor semana de mi vida! ¿Significa eso que puedo tirarme a cualquier tía que se me ponga a tiro, pasándome tus sentimientos por el forro?
           
— Iuta…
           
Las lágrimas comenzaron a bañar su salvaje rostro. Aparté la mirada con asco. Era yo la que tendría que estar llorando. Era yo la que debería estar rota por dentro. Pero ya no me quedaban más lágrimas que derramar. Los ojos se me secaron en el momento en el que descubrí su macabro juego.

— Guárdate esas lágrimas de cocodrilo para la puta esa a la que te tiraste. Tal vez ella pueda darte más consuelo que yo.
           
— Iuta, por favor, no te vayas así, enfadada. Déjame que te explique…

— No estoy enfadada. Estoy dolida, decepcionada, me siento humillada… Te tienes bien merecido el golpe que te dio Angela. Y lo más deprimente de todo es que fui capaz de recriminarle lo que te había hecho, cuando ella fue la única que actuó en mi favor — solté una carcajada amarga —. La única que demostró que me quería y que me defendió.

— Lo sé, Iuta, y entiendo que lo hiciera, pero tienes que escucharme…

— No tengo nada que escuchar. Tú y yo hemos terminado.
           
Emma clavó su acuosa mirada, ahora teñida por la más absoluta sorpresa, en mi rostro. Seguramente se había creído que iba a olvidar lo que me había hecho y que todo volvería a ser como antes.
           
Me di la vuelta sin volver a mirarla ni una sola vez. Su madre continuaba parada, frente a la puerta principal, observando la escena con una mezcla de alivio y confusión. No entendía lo que había pasado entre su hija y la pareja de ésta, pero se alegraba de que yo ya no fuera a formar parte de su vida nunca más.


Anna
El cielo estrellado cubría el poblado con su oscuro manto de terciopelo aquella fría noche de invierno. Yo estaba tejiendo en mi alcoba un manta para el hijo que estábamos esperando. Nuestro primer hijo. Porque yo estaba segura de que sería un varón, lo había visto en mis sueños.
           
— Cariño — me saludó Thorsteinn entrando por la puerta, al tiempo que esbozaba una dulce sonrisa — ¿Cómo te encuentras hoy?
           
Yo alcé la vista hacia él, devolviéndole la sonrisa. Todavía no me podía creer que un hombre como aquél se hubiera casado conmigo.
           
— Sí, Thorsteinn. Mucho mejor.
           
Él ensanchó su sonrisa, y se acercó hacia a mí con pasos presurosos. Su larga melena dorada se agitaba con fuerza a cada zancada, haciendo que las finas trencitas en las que su cabello se retorcía, golpetearan contra su rostro. Parecía muy ansioso…
           
— No sabes cómo te he echado de menos hoy, mi amor susurró con voz melosa en mi oído, al tiempo que me acariciaba dulcemente el cuello.
           
— Yo a ti también, cariño.
           
— Eres lo mejor que me ha pasado en la vida — continuó diciendo, mientras me desabrochaba el vestido —. Siempre estaremos juntos.
           
— Siempre… — susurré, mientras le acariciaba las finas trenzas de su cabello.


Me incorporé en la cama de un salto, apartando de una patada las sábanas que me cubrían. El sueño había sido de lo más tierno, incluso había estado a punto de convertirse en erótico, pero ahora que había despertado, me resultaba desagradable y sobre todo, preocupante. 
           
Y el motivo de mi malestar no era otro que la identidad del protagonista de aquel sueño vikingo tan surrealista.
           
¿Por qué tenía que soñar con Rob? ¿Por qué no con Borja, el chelista de mi banda? O... ¿Con Tom?
           
Los fuertes golpes de mi padre sobre la vieja madera que conformaba la puerta de mi habitación me devolvieron de forma brusca a la realidad. Y por primera vez en toda mi vida, di gracias a que mi padre fuera tan sobreprotector conmigo.
           
— Filla, estàs bé?
           
Me aclaré la garganta, antes de contestar:
           
— Sí, pare. Només ha sigut un malson.
           
¡Y vaya si lo había sido!


Hans
Llevaba algo más de dos horas buscándola por toda la ciudad. Desesperado, incluso había ido a casa de Emma, pero su simpática madre me informó de que hacia como una hora que se había marchado de allí. La petulante sonrisa que coronaba sus labios me hizo comprender al instante, sin necesidad de más explicaciones, que la relación entre mi hermana y su hija se había terminado para siempre.

Mentiría ahora si dijera que no me sentí aliviado. Emma nunca me gustó para Iuta, y no sólo porque fuera una mujer. Creo que de algún modo siempre supe que acabaría haciendo daño a mi hermana, que algo en ella no andaba del todo bien. Al menos ahora Iuta se mantendría alejada de ella y de su tóxica influencia. Y no me cabía la menor duda de que acabaría superando aquella ruptura y encontrando a la persona adecuada para ella, fuera hombre o mujer.

Estaba empezando a anochecer. Las luces de las farolas se iban encendiendo mientras la ira comenzaba a hacer mella en mí. ¿Dónde diablos se había metido? Había recorrido cada oscuro rincón de aquella maldita ciudad sin hallar ni rastro de ella. Seguramente se había ido a dar uno de sus dichosos paseos con destino a ningún sitio, sin objetivo aparente. Sólo el de caminar por el mero placer de hacerlo.

Sí, seguramente después de un rato de paseo se habría cansado de caminar y habría vuelto a casa para refugiarse en los brazos de Angela y llorar a lágrima tendida, maldiciéndose por lo estúpida que había sido.

Satisfecho con aquella conclusión, estaba a punto de dar media vuelta y regresar a casa, cuando de repente se me vino a la mente un recuerdo de vital importancia. Iuta no había estado presente cuando nuestro padre falleció, ni tampoco el día de su entierro. Aquélla era precisamente la razón por la que había estado torturándose durante los últimos días. El sentimiento de culpa pesaba sobre ella como una losa y más ahora, que se había dado cuenta de que la persona por la que había dado la espalda a su familia y a sus responsabilidades, no era más que una zorra sin escrúpulos.

La había estado buscando en los lugares equivocados. Iuta no necesitaba estar sola en aquellos momentos. Necesitaba estar cerca de mi padre.



Texto en valenciano/catalán/balear:
"Filla, estàs bé?": Hija, ¿estás bien?      
"Sí, pare. Només ha sigut un malson.": Sí, papá. Sólo ha sido una pesadilla.
           

lunes, 26 de septiembre de 2011

Concurso "El lado oscuro"

Bueno, my dear friends, hoy os traigo unas news que quizá puedan interesaros. Esther, la autora de "Invazion" y del blog "El lado oscuro", ha montado un concurso en el segundo blog citado. En él, os podéis llevar el libro "El baile de los secretos" de Jesús Cañadas, cuya reseña podéis encontrar aquí: http://esthervampire.blogspot.com/2011/09/el-baile-de-los-secretos.html

Bien, las bases del concurso, podéis encontrarlas en el siguiente enlace: http://esthervampire.blogspot.com/2011/09/concurso-el-lado-oscuro.html?showComment=1317043622213#c6340747219264439130 Yo os animo a que participéis, porque os podéis llevar un libro chulo "by the face" (por favor, no utilicéis esta expresión cutre y salchichera que además es incorrecta XDDD).

No me queda nada más que decir excepto que ¡PARTICIPÉIS! ¡Un besito, corazones! (Sí, tengo que dejar de ver a la Anne Igartiburu esa a mediodía XDDD).

viernes, 23 de septiembre de 2011

Test chorra para pasar el rato: ¿Qué personaje de FFR serías?

Pues sí, como indica el título, si os aburrís y os apetece pasar el rato, éste es vuestro sitio XDD. Las instrucciones del test son bien simples: contestáis a las preguntas, apuntando en un papel aparte las respuestas con su correspondiente puntuación numérica (el número que está entre paréntesis al lado de cada respuesta XD). Después, cuando hayáis contestado a las 12 cuestiones, sumáis la puntuación, y comparáis ese resultado con la puntuación total de cada personaje (que está bajo de las preguntas). Yo lo he hecho también y me ha salido Iuta XDDD.


1. Si pudieras vivir en cualquier ciudad del mundo, ¿cuál sería?
            a) California. (7p)
            b) Berlín. (8p)
            c) Valencia. (12p)
            d) París (10p)
e) Boston. (9p)
f) Cualquier ciudad con un clima frío. (0p)
g) San Petersburgo (2p)
h) Viajando de gira por todo el mundo. (4p)
i) Ninguno de los citados anteriormente. (11p)

2. ¿Cómo te definirías a ti mism@?
            a) Tímid@ e insegur@. (0p)
            b) Bipolar y polifacétic@ (6p)
            c) Alocad@ y desinhibid@. (5p)
            d) Irritable y con un carecer fuerte. (9p)
            e) Sincer@ y sin prejuicios. (7p)
            f) Voluble e inconstante en los sentimientos. (11p)
            g) Artístic@ y sensible. (12p)
            h) Sociable y bromista. (4p)
            i) De carácter apasionado e irrefrenable. (3p)
            j) Algo inestable, con la autoestima baja. (1p)
            k) Oculto mi verdadera personalidad tras una máscara de suficiencia y felicidad, pero en realidad soy bastante retraíd@ e insegur@. (10p)
            l) Autoritario e irascible. (8p)

3. ¿Qué clase de música te gusta más?
            a) Heavy metal/ rock. (6p)
            b) Punk. (11p)
            c) Música clásica. (12p)
            d) Pop, dance y cualquier música que se pueda bailar. (7p)
            e) Cualquier música que se pueda tocar al piano. (1p)
            f) El género no importa si la canción es buena. (5p)
g) Música rock y clásica. Ambas poseen un equilibrio rítmico inigualable en sus respectivos ámbitos. (4p)
h) Todos los citados anteriormente. (2p)
i) No me gusta mucho la música. (0p)
           
4. ¿Cómo te gusta pasar tu tiempo libre?
            a) Leyendo y escribiendo. (2p)
            b) Practicando con algún instrumento en la tranquilidad del hogar. (12p)
            c) Saliendo de fiesta con los amigos. (11p)
            d) Yendo a conciertos y disfrutando de la buena música. (3p)
            e) Aprendiendo idiomas. (0p)
            f) Estando con tu pareja. (10p)
            g) Quedando con los amigos para ir al cine, a alguna cafetería… (6p)
            h) Pintando/ Dibujando. (7p)
i) Peleando con los que te rodean. (9p)
j) Conociendo gente nueva y relacionándome con ella. (4p)
k) Viendo pelis antiguas tumbad@ en el sofá junto a una buena compañía, y sobre todo, con un cuenco de palomitas lleno hasta arriba. (1p)

5. ¿Qué es lo más importante para ti en el mundo?
            a) La comida. (5p)
            b) Tu pareja. (10p)
            c) La familia. (8p)
            d) La música. (9p)
            e) Los amigos. (4p)
            f) La literatura. (2p)
            g) El dinero y el amor. (7p)
            h) Tu mascota. (12p)
            i) Tus estudios y/o futuro laboral. (0p)
j) Ninguna de las cosas citadas anteriormente. (11p)   
            k) El amor y la fama. (3p)

6. ¿Qué trabajo te gustaría tener si fueras un personaje de FFR?
            a) Camarer@. (11p)
            b) Guitarrista. (9p)
            c) Cantante. (3p)
            d) Bajista. (4p)
            e) Batería. (5p)
            f) Estudiante. (0p)
            g) Segurata. (8p)
            h) Aspirante a escritor/a. (2p)
            i) Sin ocupación conocida. (1p)
            j) Violinista (12p)
            k) Ninguno de los citados anteriormente. (11p)
            l) Fundadora de un grupo de rock femenino. (10p)

7. ¿Qué es lo primero que te atrae en una persona?
            a) Su sinceridad. (8p)
            b) Su temperamento fuerte. (12p)
            c) Su físico. (5p)
            d) Su sensibilidad. (9p)
            e) Su naturalidad/desparpajo. (1p)
            f) Sus habilidades amatorias. (11p)
g) Su inteligencia. (2p)
            h) Su inocencia. (3p)
            i) Su sentido del humor. (10p)
            j) Su fogosidad. (0p)
            k) El brillo de locura que anida en sus ojos. (6p)

8. ¿Qué es lo que nunca podrías perdonarle a alguien cercano a ti?
            a) Que te sea infiel. (2p)
            b) Que te robe la comida. (5p)
            c) Que te traicione con tu peor enemigo. (8p)
            d) Que te humille públicamente. (12p)
            e) Que no confíe en ti. (1p)
            f) Que te dé la espalda cuando más lo/a necesitas. (7p)
            g) Que anteponga sus intereses a los tuyos. (11p)
            h) Que te trate como si no valieras nada. (10p)           
            i) Todas las cosas citadas anteriormente me parecen imperdonables. (0p)       

9. ¿En qué época de la historia te hubiera gustado vivir?
            a) En los 80’s. (4p)
            b) En la época vikinga. (8p)
            c) En los Felices Años 20. (5p)
d) En el Barroco. (12p)
            e) Durante la Revolución Francesa. (7p)
            f) En la historia antigua (Grecia y Roma). (0p)
            g) En un espacio no regido por el tiempo ni las reglas físicas. (2p)
            h) En el Medievo. (1p)
i) En ninguna de las citadas anteriormente. (11p)

10. ¿Con qué frase te sientes más identificad@?
            a) When I hear the music, all my troubles just fade away. (3p)
            b) Actions speak louder than words. (5p)
            c) Anger is very dangerous. It makes people do stupid things. (8p)
            d) Nothin’ but a good time. (10p)
            e) Odio ser bipolar. Me encanta. (6p)
            f) If I had my life to live over...I'd dare to make more mistakes next time. (4p)
            g) The best things in life come when you least expect it. (1p)
            h) The greatest pleasure in life is doing what others say you cannot do. (7p)
            i) The art of life is the art of avoiding pain. (2p)
            j) Life is like music; it must be composed by ear, feeling, and instinct, not by rule. (12p)
            k) I don't give a damn 'bout my bad reputation. (11p)
            i) Sometimes people put up walls, not to keep others out, but to see who cares enough to break them down (0p)
            m) If you wanna blood, you’ve got it. (9p).

11. ¿Con qué color te sientes más identificado?
            a) Violeta. (0p)
            b) Lavanda. (1p)
            c) Turquesa. (2p)
            d) Naranja. (5p)
            e) Rojo anaranjado. (3p)
            f) Azul. (4p.)
            g) Dorado. (10p)
            h) Rosa. (12p)
            i) Granate. (9p)
            j) Amarillo chillón. (8p)
            k) Marrón. (6p)
            l) Negro. (7p)
            m) Verde oscuro. (11p)

12. ¿Cuál es el mejor regalo que podrían hacerte?
            a) Un libro de tu autor/a favorit@. (0p)
            b) Un disco de tu grupo favorito. (3p)
            c) Un bazoca. (8p)
            d) Un concierto privado al piano con final romántico. (1p)
            e) Un stradivarius. (12p)
            f) Material para pintar. (7p)
            g) Una cena romántica. (5p)
            h) Un fin de semana romántico en un lugar apartado con tu pareja (6p)
            i) Un Ferrari. (9p)
            j) Un cuaderno de notas con tapas de cuero para escribir. (2p)
            k) Una Harley. (11p)
            l) Ropa de cuero provocativa. (10p)
            m) Una noche de pasión desenfrenada. (4p)

Eres…

0-10: Victoria.
11-21: Angela.
22-37: Iuta.
38-47: Leonard.
48-60: Tom.
61-70: Johnny.
71-80: Marty.
81-94: Úrsula.
95-106: Hans
107-116: Rob.
117-131: Diana.
132-143: Emma.
144-...: Anna.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Capítulo XIX. Let's Do It, Let's Fall In Love.

Bien, os dejo hoy con el capítulo 19 entero (sí, no voy a dividirlo en dos partes como hago normalmente, porque he considerado que no podía cortar por ningún sitio), por lo que es bastante más largo de lo que suelo colgar. Yo aviso, por si ahora no tenéis tiempo para leerlo entero y queréis dejarlo para otro momento. ¡Un beso! Att. Athenea. :)



Angela
Hacía un rato que mi hermano había salido a buscar a Iuta. Yo misma le había pedido que lo hiciera, pues el estado de nervios en el que se hallaba no era el más idóneo para conducir, y lo último que necesitábamos en esos momentos era que la idiota de mi hermana tuviera un accidente. Un accidente del que sólo ella y la zorra de Emma serían responsables.

Tal vez la colgada de mi psicóloga habría esperado que en una situación como aquélla me hubiese sentido culpable por la situación de mi hermana, pero lo cierto es que lo único que sentía hacia ella era rabia por la forma en que me había tratado. Yo me había arriesgado a que la morena con complejo de Sid Vicious me hubiese arreado un guantazo por defenderla, y ella me lo pagaba diciendo que era yo la que tenía que andarme con cuidado con Johnny. Como si él se mereciera que Iuta hablara de él de esa forma.
           
La imagen de Leonard me vino entonces a la mente. Sufrí mucho cuando él y Iuta rompieron, pero ahora no podía evitar sentir un profundo alivio por él. Leonard se había salvado de compartir su vida con una histérica desagradecida.
           
Me acerqué al sofá donde Iuta había dejado el teléfono y me senté en él, apoyando las piernas sobre la mesita del café. Empecé a hacer los ejercicios de respiración que mi psicóloga me había enseñado para controlar la ira, aunque sabía que eso no iba a servir para nada. Simplemente quería tener la mente ocupada en algo trivial, algo que me hiciera olvidar la discusión con mi hermana.
           
Alcé la vista en dirección al viejo piano de cola blanco, con el que mi madre solía aliviar sus penas. Quizá aquel hermoso instrumento habría podido causar el mismo efecto calmante en mí, si hubiese sabido tocarlo.
           
Y fue así, recordando lo que mi madre había sido y lo que yo habría podido llegar a ser si ella aún estuviese viva, que las lágrimas comenzaron a inundar mis ojos, a pesar de que me había prometido a mí misma que no iba a llorar. Mierda, estaba cansada ya de derramar lágrimas. Esas estúpidas gotitas que caían de mis ojos no iban a traerme de vuelta a mis padres, ni a conseguir que Iuta abriera los ojos. No. Sólo servirían para humillarme, para hacerme sentir débil.
           
El timbre de la puerta me devolvió de forma brusca a la realidad, haciéndome olvidar momentáneamente el pozo de mierda en el que estaba hundida. Me levanté del sofá y dejé el inalámbrico sobre la mesita del café. No me apetecía para nada recibir visitas y tener que poner buena cara al imbécil que llegara, sólo porque esa persona había decidido que sería muy divertido presentarse en casa de alguien sin avisar.      

Sin embargo al final resultó que el visitante no era un imbécil, ni mucho menos. Era mi Johnny.

— Cariño, ¿estás bien? — me preguntó en tono preocupado, cuando vio que estaba llorando.
           
Yo negué con la cabeza, antes de echarme a sus brazos, cual débil damisela en apuros. Enterré la cabeza en su pecho con desesperación, rodeando fuertemente su cintura con mis brazos. Él soportó todo el peso de mi cuerpo, sin quejarse, abrazándome a su vez con suavidad.
           
— ¿Qué ha sucedido, Angie? — inquirió en un susurro, con sus labios haciéndome cosquillas en la frente.
           
— Iuta… Iuta…
           
— ¿Qué pasa con Iuta?
           
— No me cree — respondí con un hilo de voz, con la voz distorsionada por el llanto. Con cualquier otra persona, me habría resultado humillante hallarme en ese estado tan lamentable, pero con Johnny me sentía libre de ser yo misma.  
           
— ¿No cree que Emma le fuera infiel? — insistió con suavidad.
           
Al verme incapaz de responder con palabras, me limité a asentir con la cabeza.
           
Johnny soltó un largo suspiro, antes de apretarme con más fuerza contra su pecho. Con la determinación que le caracterizaba, cerró suavemente la puerta de entrada y me condujo de vuelta al salón.
           
— No tardará en darse cuenta de que está equivocada — dijo, al tiempo que me ayudaba a sentarme en el sofá —. Y entonces te pedirá disculpas…
           
— ¡Yo no quiero sus malditas disculpas! Quiero que me valore como persona. Que me crea cuando le digo las cosas. Que no piense que mi única fuente de felicidad es verla a ella jodida. Y eso es algo que sé que nunca va a suceder. La gente nunca dejará de verme como la “loca” de mi familia. Si Hans no tuviera el carácter que tiene, yo sería considerada como la oveja negra de esta casa.
           
Johnny soltó una pequeña risita ante el último comentario, antes de sacar un paquete de pañuelos del bolsillo izquierdo de su chaqueta de cuero.

— Vamos a secar esas lágrimas. Eres preciosa de cualquier forma, pero cuando estás alegre y sonríes eres absolutamente irresistible. ¿Me dejarás ver una de tus maravillosas sonrisas?
           
No sabía cómo lo hacía, pero siempre conseguía que me sintiera querida y segura en su presencia. Cogió entonces uno de los pañuelos del paquete y me secó las lágrimas con él.
           
— ¿Me dejarás verla? — insistió, sonriendo él a su vez.
           
No pude evitar acceder a sus deseos y, a pesar de que por dentro sentía mi alma en carne viva, esbocé una sonrisa sincera. Dedicada a él, sólo para él.
           
— Eso es. Preciosa — sentenció, dándome un dulce beso en la punta de la nariz.
           
Cerré los ojos unos instantes, disfrutando de la calidez de su piel contra la mía.
           
— ¿Te apetece que te prepare algo de cenar? — preguntó de repente, sacándome súbitamente de mis ensoñaciones.
           
No pude evitar soltar una carcajada divertida. No importaba lo difícil que se pusiera la situación, ese hombre no podía dejar de pensar en comida.
           
— Hay sobras de comida china en la nevera.
           
— Umm, comida china. ¡Me encanta! Las sobras ya no tanto, pero en fin… Si son comestibles…
           
— Oh, yo juraría que se pueden masticar.
           
— Entonces, perfecto. Te ayudo a poner la mesa.
           
Se levantó del sofá de un salto, y extendió la mano hacia mí para ayudarme a levantarme. Siempre que se hablaba de comida Johnny se sentía feliz, aunque a decir verdad, ese hombre rara vez se dejaba vencer por la tristeza. Siempre trataba de buscar el lado bueno de las cosas.
           
— Cariño, ¿no piensas quitarte la chaqueta de cuero? — pregunté con sorna.
           
Johnny me recorrió con una irónica mirada que decía a todas luces: “¿cómo osas hacer una pregunta tan sumamente estúpida?”
           
— Un heavy de verdad nunca se quita la chupa de cuero.
           
— Mira, no sé lo que harán los “heavies de verdad”, pero sólo los tarados como tú se dejarían puesta la chaqueta dentro de casa y encima en pleno verano.
           
— ¿Te has atrevido a llamarme “tarado”, pequeño e insignificante insecto?
           
— Sí. Eso es lo que he dicho — repliqué, esbozando una nueva sonrisa, esta vez de forma involuntaria.

— Prepárate, pequeña, porque te vas a arrepentir de haberme insultado de esa manera — anunció, recorriéndome con un brillo desafiante en la profundidad de sus ojos avellana. Yo le sostuve la mirada unos segundos, antes de echar a correr en dirección a la cocina.
           
El golpeteó de las pesadas botas de Johnny contra el suelo me hicieron comprender que me estaba persiguiendo, y que no tardaría en alcanzarme, puesto que era más rápido que yo. No pude evitar echarme a reír como una chiquilla. Hacía años que no lo pasaba tan bien.
           
— ¡Te pillé! — exclamó, rodeándome la cintura con los brazos, apretándome con fuerza contra él — Ahora… Exijo mi premio…
           
— ¿Qué premio? — pregunté con voz jadeante.
           
— Éste — contestó, antes de empotrarme contra la nevera y apresarme con su cuerpo. Intenté zafarme de él de forma juguetona, pero la inquebrantable decisión que se reflejaba en su rostro demostraba que él ya no estaba jugando.

Puso una mano a cada lado de mi cabeza de forma que si trataba de huir de él iba a resultarme casi imposible. Inclinó su rostro hacia el mío, acortando así la distancia que separaba nuestros labios. Podía sentir su aliento mentolado sobre mi piel, haciéndome cosquillas…
           
Sin poder resistir por más tiempo aquella situación, coloqué mis manos sobre su nuca y lo atraje hacia mí, obligándolo a besarme como sólo él sabía hacerlo. Cuando nuestros labios se fundieron en uno, sentí verdaderamente la paz que llevaba buscando todo el día. Aunque sin duda él necesitaba mucho más que un simple beso…
           
…Pero el golpe seco que recibió en la cabeza por parte de uno de los imanes de la nevera lo dejó fuera de juego durante unos instantes.
           
— ¡Joder! ¿Qué coño ha sido eso? — preguntó molesto, pasándose las manos por el pelo, justo en la zona donde había recibido el golpe.

Su cara en aquellos momentos era tan cómica, que no tuve más remedio que echarme a reír.

— Bueno, la próxima vez ya sé que no tengo que poseerte salvajemente contra la nevera de tu cocina. Ahí hay imanes asesinos dispuestos a defender tu honor.

Puse los ojos en blanco antes de agacharme para recoger el dichoso imán del suelo y devolverlo a su lugar de origen.

— ¿Se puede saber qué estás mirando, pervertido? — pregunté, cuando me puse de nuevo en pie.
           
— Tu más que apetecible trasero — replicó con una sonrisa traviesa, antes de pasarse la lengua por su labio superior, de una forma que él consideraba seductora.
           
— Anda, deja de hacer el gamba y pon la mesa mientras yo preparo la cena.
           
— Sí, mi ama y señora. ¿Desea alguna cosa más? ¿Un masaje tal vez? Podría hacerle uno en los pies que…
           
— ¡Pon la mesa!
           
— ¡Joder, tía, eres peor que mi madre! Ya voy…
           
Solté una carcajada divertida ante aquella respuesta.
           
— Entonces seguro que tu madre es una santa.
           
— Si tú lo dices…

Un cuarto de hora más tarde estábamos cenando en la mesa de la cocina. Eran pasadas las siete en punto y mis hermanos todavía no habían regresado, pero lo cierto es que en aquellos instantes eso me daba completamente igual. Johnny me hacía feliz, me ayudaba a olvidarme de mis problemas, mientras que Iuta y Hans lo único que hacían era multiplicarlos. Sabía que era muy egoísta por mi parte pensar así, pero quería, no más bien necesitaba, esos momentos de intimidad con Johnny.

Al terminar de cenar, recogimos la mesa y fregamos los platos. Johnny alabó las “delicias chinas” que preparaban en el restaurante que había justo en frente de mi casa, aunque a mí me parecieron más bien pasables, pero sin ser nada del otro mundo. Claro que no había que olvidar la fascinación que sentía ese hombre por la comida.

— Si no fueras rockero, te gustaría ser cocinero, ¿verdad?

Johnny se quedó mirándome con sorna, al tiempo que esbozaba una de sus sonrisas sardónicas.

— Me gusta comer, pero eso no significa que se me den bien los fogones.

— Ah, ya veo. Así que te pega más lo de “crítico gastronómico”, ¿no?

— No. Me pega más tocar la batería y devorar la comida que me prepara mi mujer. O mejor aún… — añadió, agarrándome la cintura y pegándome contra su cuerpo — Devorarla a ella.
           
El roce de su piel contra la mía quemaba como el fuego, pero no me provocaba escozor alguno. Sólo el delirante hormigueo de una ardiente caricia, que alimentaba mi necesidad de tenerlo siempre junto a mí. Pero sobre todo, encendía en mí un instinto primitivo, un deseo que iba más allá de la razón y la lógica. Un sentimiento en el que no quería profundizar, y que sin embargo no podía obviar.

Me apreté contra él y me puse de puntillas para poder alcanzar sus labios. Él se dejó llevar al principio, como si quisiera concederme cierta libertad para que fuera tomando la iniciativa poco a poco, pero muy pronto se cansó de su papel pasivo. Johnny era un hombre muy apasionado e impulsivo, y le gustaba llevar la voz cantante en todo momento. 

— ¿Sabes? — susurró contra mi oído, modulando una voz tremendamente erótica — Me gustaría tocar el piano para ti esta noche. De hecho, tocaré cualquier cosa que me pidas… Incluso si no son las teclas de ese bello instrumento…

— ¡Johnny! — exclamé, poniéndome roja como un tomate. Él, como era de esperar, estalló en sonoras carcajadas.
           
— Cariño, si sólo era una broma.
           
Pero el matiz pícaro que brillaba en la profundidad de sus ojos castaños me hacía sospechar que hablaba muy en serio.
           
Por eso, al principio me mostré un tanto reticente a que Johnny diera su “concierto privado al piano”. Una nunca sabía qué as podía esconder ese loco bajo la manga. Pero por otro lado, aquel piano había permanecido prácticamente “dormido” desde que mi madre falleció. Mi padre lo tocaba muy de cuando en cuando, sobre todo en la fecha de su aniversario de bodas, porque era precisamente en aquel momento cuando más la echaba de menos.
           
Pero ahora él había muerto también, y el piano se había quedado sin dueño. Sin nadie que pudiera arrancar de sus teclas una deleitante melodía. Nadie, excepto Johnny, que parecía más que dispuesto a “complacerme con su hermoso arte”…

— ¿Conoces a Cole Porter? — preguntó con una sonrisa traviesa, al tiempo que me agarraba de la mano y me arrastraba en dirección al piano. Así que ya no había marcha atrás, ¿eh?
           
— Yo… No.

— Fue un músico y compositor estadounidense que alcanzó la fama allá por los años veinte. Compuso unas canciones bellísimas, pero mi favorita es sin duda, “Let’s do it, let’s fall in love”.

Ya se había sentado en la banqueta del piano de mi madre, como si aquello fuera lo más natural del mundo, como si la casa entera le perteneciera. Alzó la vista en mi dirección, un tanto impaciente, después de levantar con un cuidado y admiración reverencial la tapa del instrumento.

— ¿No vas a sentarte aquí conmigo, cielo?

— No — repliqué nerviosa, y puede que con demasiada rapidez.

El improvisado pianista soltó una carcajada divertida ante mi infantil actitud.

— Quiero que te sientes aquí conmigo. No voy a morderte, ¿sabes? A no ser, claro, que me lo pidas tú expresamente.

— Eres incorregible, Johnny.

— Si con “incorregible” te refieres a que no hay nada en mí que se pueda corregir, porque soy la viva imagen de la perfección masculina e intelectual, tienes toda la razón cariño — replicó con una sonrisa pícara —. Y ahora, haz el favor de sentarte a mi lado y observar cómo toco. Me siento terriblemente solo sin ti, mi pequeña niña.

Solté un largo suspiro cansado ante aquella petición, pero finalmente acepté, no sólo porque su oferta era más que tentadora, sino porque también echaba de menos en suave sonido de la madera de la banqueta al crujir bajo mi peso; la suave cadencia de las notas al sonar a través del piano; la embelesadora concentración y unión que experimentaba el músico con respecto al piano cuando comenzaba a tocar…

Quería sentir todo eso de nuevo. A pesar de que dudaba mucho que aquel hombre fuera capaz de concentrarse en otra cosa que no fuera el sexo o la comida…

Sin embargo, y como venía sucediendo con Johnny desde el día en que nos conocimos, aquel zampabollos alocado volvió a sorprenderme con sus facetas ocultas.

En cuanto sintió que estaba sentada a su lado, comenzó a acariciar suavemente las teclas del piano, como preparándose para lo que estaba a punto de hacer a continuación. Las suaves notas de una antigua, pero pegadiza melodía comenzaron a inundar la estancia, con la frescura y arrebato propios de los felices años veinte. Aquella música era radicalmente diferente a la que mis padres solían tocar en ese piano, pero no por ello menos hermosa.

— “Birds do it, bees do it/ even educated fleas do it/ Let’s do it, let’s fall in love/ In Spain, the best upper sets do it/ Lithuanians and Letts do it/ Let’s do it, let’s fall in love…”

Aquella voz tan dulce y a la vez tan masculina me atrapó de forma inexorable desde el primer verso de la canción. No era tan bueno como Leo, pero en aquellos momentos, viéndolo allí sentado, en la banqueta de mi madre, cantando y tocando para mí, provocándome una oleada de sentimientos que yo no había sentido, ni creía poder llegar a sentir jamás, para mí era el mejor músico que jamás había escuchado.

“…Some Argentines, without means, do it/ People say in Boston even beans do it/ Let's do it, let's fall in love…”

— Creí que solo te gustaba el rock — apunté en voz alta, aunque no quería desconcentrarlo.

Él negó con la cabeza.

— A mí me gusta casi todo — replicó, sin dejar de tocar.

Nunca había escuchado aquella canción, pero algo me decía, por el decrescendo en la melodía y en la voz de Johnny, que estaba a punto de terminar. Y yo no quería que eso sucediera. La paz interior que estaba experimentando en aquellos momentos, y que durante tanto tiempo me había estado vedada, hacía que me sintiera mejor conmigo misma. Hacía que me sintiera libre y sobre todo, feliz. Johnny parecía apreciarlo también, pues no dejaba de sonreír mientras tocaba y cantaba a un tiempo.

— “The royal set sans regret did it/ And they considered it fun/ Marie Antoinette did it - with or without Napoleon”.

Con aquellos últimos versos la canción finalizó. Johnny alzó lentamente las manos del piano, como si le costara horrores alejarse de un instrumento tan hermoso después de la felicidad que éste le había comportado. Alzó la vista hacia mis ojos, con la duda escrita en los suyos. No podía creerlo. ¿Realmente estaba preguntándose si me había gustado su actuación?

— Ha sido maravilloso, Johnny — dije sin poder contenerme —. Y no sólo tu forma de tocar. Tu voz es absolutamente maravillosa. Dulce, melódica… Suave en algunos momentos, grave cuando tiene que serlo… Me ha encantado… Esto ha sido lo más bonito que nunca nadie ha hecho por mí.

Y por increíble que parezca, aquellas palabras consiguieron hacer que el desinhibido e insolente de Johnny se pusiera tan rojo como la capucha de Caperucita.

— Tampoco es para tanto… — murmuró, con la mirada clavada en el suelo.

— Cariño, ¿he conseguido hacer que te sonrojes? — pregunté con voz dulce, pero sin poder evitar esbozar una sonrisa.

Él se apresuró a negar con la cabeza.

— No tienes nada de qué avergonzarte. Sólo soy yo, no hay nadie más aquí. Y me encanta cómo tocas. De hecho, me encantan todas las facetas que voy conociendo de ti. Incluso me gusta el hecho de que seas un bocazas y un salido, y que hagas bromas sobre temas que harían sonrojarse a mi abuela.

Aquella última frase pareció captar poderosamente su atención, porque levantó súbitamente la vista del suelo, fijándola de nuevo en mi rostro. Y en sus labios podía adivinarse ya el amago de una sonrisa.

— De modo que te gustan mis bromas, ¿eh? Es bueno saberlo. Sobre todo porque cada vez que te quejes de uno de mis chistes voy a recordarte este día y lo que en él dijiste sobre lo mucho que te gustan… Todas las facetas de mi personalidad.

Ni por un segundo dudé de que lo haría. Aquélla era precisamente su forma de actuar. Y una de las razones por las que me gustaba tanto ese hombre.

— Eres adorable — dije, antes de darle un cariñoso beso en la mejilla. Johnny aprovechó ese momento para rodearme la cintura con los brazos y apretarme contra él.

— Ya lo sabía, cariño. Pero gracias por recordármelo.

Sin previo aviso, apresó mis labios con los suyos en un beso salvaje y hambriento. Sus manos me acariciaban la espalda mientras tanto con una necesidad inusitada. Era más que obvio que estaba excitado y que quería de mí algo más que un simple beso. Mucho más.

Le devolví el beso con ganas, apretándome contra su cuerpo como si se tratara de un salvavidas y yo no fuera más que una naufraga en mitad del océano. A pesar de que sólo unos días antes le había dicho que no estaba prepara para llegar hasta el siguiente nivel en nuestra relación, ahora me cuestionaba tales palabras.

— Creo que debería irme, Angela — susurró con voz jadeante, interrumpiendo así nuestro beso. Sus labios rojos estaban hinchados y palpitantes debido a la pasión que se había desatado entre nosotros. No podía apartar la vista de esos labios. Quería sentirlos de nuevo contra los míos —. Si no paramos ahora… Bueno, no estoy seguro de que pueda… controlarme.

— ¿Y por qué querrías hacerlo?

— ¿De qué estás hablando? — inquirió, visiblemente confundido — Creí que habías dicho que no estabas preparada para…

— Olvida lo que te dije. Quiero estar contigo. Ahora.

Una sonrisa dulce comenzó a formarse en sus labios cuando pronuncié aquellas palabras. Sin embargo, no me pasó inadvertido el hecho de que parecía bastante nervioso e inseguro.  

— ¿Sucede algo? ¿No quieres que…?

— Yo… Nunca he estado con una… virgen. No hay nada en el mundo que desee más que estar contigo, pero… Estoy un poco nervioso, ¿sabes?

Vaya, aquello sí que era nuevo. Johnny se sentía tan inseguro como yo en aquellos momentos. Esbocé una sonrisa comprensiva, al tiempo que tomaba sus manos entre las mías.

— Entonces ésta va a ser una primera vez para ambos.  

Johnny soltó una leve risilla.

— Supongo que ésa es una forma de verlo.

Besé sus labios con ternura, al tiempo que le acariciaba las mejillas con mis manos. Su piel raspaba un poco debido a la incipiente barba, pero el roce era tremendamente agradable.

— ¿Subimos a mi habitación? — sugerí, sin poder ocultar el nerviosismo que me embargaba.

— No. Quiero que lo hagamos aquí.

— ¡¿Aquí?!

Johnny se echó a reír ante mi expresión estupefacta.

— ¿No te da morbo hacerlo sobre este piano? — inquirió, antes de inclinarse sobre mí y comenzar a darme juguetones mordisquitos en el cuello.

— Teniendo en cuenta que este piano era de mi madre, pues la verdad es que no mucho, ¿sabes?…

— ¿Prefieres que lo hagamos en la mesa de la cocina? ¿O sobre la encimera? Tal vez en la bañera…

— ¡Eres un salido!

— No, simplemente me va el morbo… — replicó con una sonrisa pícara, mientras comenzaba a desabrocharme los botones de la camisa. Sin embargo, cuando estaba a punto de terminar, se detuvo súbitamente — Acabo de caer en la cuenta de que no tenemos preservativos.

— Mi hermano tiene una caja en su habitación — me apresuré a responder —. Puedo ir a buscarla ahora mismo.

La carcajada que soltó entonces Johnny fue divertida e histérica a un tiempo.

— Veo que estás tan ansiosa como yo, pequeña.

Hasta mis pestañas adquirieron la rojiza tonalidad de la vergüenza, pero no pude sino asentir con la cabeza. Johnny me dio un suave beso en la frente, antes de levantarse de la banqueta y comenzar a caminar en dirección a la puerta.

— ¿Adónde vas? — pregunté, levantándome yo también.

— No quiero utilizar los preservativos de tu hermano. No te ofendas, pero me sentiría mejor si no tuviera que… utilizar nada que sea de tu hermano.

— Pero entonces…

— Angela, quiero hacer las cosas bien, ¿de acuerdo? — comenzó a decir, mientras me acariciaba el rostro — Y hacer las cosas bien implica no tocar nada que sea de tu hermano. Voy a ir un momento a la farmacia que hay en la calle de al lado para comprar allí los preservativos. Volveré tan rápido que ni te darás cuenta de que me he ido, ¿de acuerdo?

— Muy bien. Te estaré esperando en mi cuarto…

— No. Ya te he dicho que quiero hacértelo sobre el piano.

De modo que iba en serio y no era una de sus picantes bromas…

— Pero…

— Podrías ir desnudándote mientras piensas en mí… No se me ocurre un recibimiento mejor que tú desnuda sobre ese piano…

— ¡Mis hermanos pueden llegar en cualquier momento!

— Mejor — susurró contra mi oído, antes de mordisquearme el lóbulo de la oreja de forma juguetona —. Así más morbo, ¿no te parece?

Él y su dichoso morbo…

— No pienso…

— Ahora enseguida vuelvo — dijo, antes de silenciarme con un suave beso en los labios —. No olvides… ponerte cómoda — me recordó con su característica sonrisa perversa antes de marcharse.

— Genial, sencillamente genial — murmuré cuando me quedé sola en casa.

Ni en mis sueños más absurdos podría haberme imaginado que mi primera vez fuera a ser tan… cutre. Johnny me dejaba sola en mi casa justo cuando estábamos a punto de… Lo que sea. Quería hacerlo sobre el piano o… Donde fuera. Siempre y cuando ese “donde fuera”, no se tratara un sitio normal. Y encima quería que lo esperará desnuda cuando en cualquier momento podían entrar mis hermanos con… Cualquiera.

¿Por qué no podía tener un novio normal? Un novio romántico que me comprara rosas y bombones y que me hiciera el amor por primera vez, tratándome como la señorita que era, en una cama con sábanas de seda rojas… Y no sobre la dura superfície del piano de mi madre.

Me senté sobre el sofá del salón, porque sentía que si permanecía de pie por más tiempo me iba a dar de bruces contra el suelo. Nunca en mi vida me había sentido tan nerviosa e indecisa, ni siquiera aquel fatídico día, unos meses atrás, cuando había tratado de quitarme la vida.

Me tumbé sobre aquel mullido mueble y cerré los ojos con fuerza, tratando de calmarme. Oía retumbar en mi cabeza la voz de la pesada de mi psicóloga, diciéndome con su voz de pito: “Everything is gonna be ok. Trust me”.

¡Ja! Lo primero que haría a la mañana siguiente en cuanto me levantara, sería ir a verla para decirle que estaba despedida. Esa tía era la persona más interesada e incompetente que había conocido en la vida…

— Creí haberte dicho que te desnudaras para mí.

Solté un respingo cuando escuché la voz de Johnny sobre mi cabeza. Me incorporé de un salto antes de fulminarlo con la mirada.

— Podrías haberme avisado de que habías vuelto, en vez de darme ese susto de muerte, ¿no te parece?

— Así es más divertido — replicó con una sonrisa traviesa en la que mostró sus blancos dientes, antes de dejar la bolsita de la farmacia sobre la mesa del café. Sin dejar de mirarme intensamente, se quitó la pesada chaqueta de cuero y la arrojó sobre el sofá, para después quitarse la camiseta azul. El enorme bulto en sus pantalones no dejaba lugar a dudas de que se sentía terriblemente excitado.

— ¿Quie… quieres que me… desnude? — pregunté en un balbuceo.

Él asintió, recorriéndome con una mirada hambrienta. Así que, con manos temblorosas comencé a desabrocharme la camisa y me quité los zapatos. Cuando alcé la vista en su dirección, me encontré de lleno con la mirada avellana de Johnny, que estaba fija en mis pechos, cubiertos todavía por el sujetador blanco de encaje. Era más que obvio lo que tenía que hacer a continuación, por lo que llevé mis manos al cierre delantero de mi sujetador. Pero cuando estaba a punto de desabrocharlo, él me detuvo.

— Quiero hacerlo yo.

Su voz estaba teñida por el deseo más primitivo, mientras se acercaba a mí con pasos lentos y calculados. El golpeteo de sus botas era como el necesario, pero interminable preludio a una obra maestra musical. Cuando estuvo frente a mí, atrapó mis labios en un suave, pero insistente beso, mientras sus manos volaban hacia mis pechos, acariciándolos sobre la tela del sujetador. Sin más preámbulos, arrancó aquella prenda y la lanzó al sofá, junto con el resto de su ropa. Interrumpió entonces nuestro beso, pero sólo para llevar su lengua hasta mis pechos.

No pude evitar soltar un jadeo cuando sus labios atraparon uno de mis pezones, y su lengua comenzó a lamerlo con veneración. Acaricié su larga melena con mis manos, instándolo así a que no se detuviera.

Las suyas tampoco se estaban quietas, y me desabrochó con ellas la cremallera de mis vaqueros, antes de sacármelos por las piernas. Alzó su rostro de mis pechos para mirarme directamente a los ojos, y yo gemí a modo de queja, porque no podía soportar el hecho de tenerlo lejos de mi piel.

Se quitó las botas y los pantalones de cuero, debajo de los cuales no llevaba ropa interior, quedando así completamente desnudo frente a mí.

— Las braguitas, Angela.

— ¿Qué? — murmuré sin comprender, sin poder apartar la vista de su delicioso cuerpo desnudo.

— Quítate las braguitas.

Le obedecí de forma inmediata, pues a pesar de que los nervios me carcomían, deseaba tenerlo dentro de mí cuanto antes.

Cuando ambos estuvimos en igualdad de condiciones, Johnny me rodeó con sus brazos y me arrancó un beso desesperado que nos dejó a ambos sin aliento. Cómo deseaba que aquellos momentos no terminasen nunca, que duraran eternamente.

— Te quiero, Angela — murmuró contra mi oído —. Y me gustaría presentarte a mi madre.

Aquella última frase me dejó un tanto descolocada. ¿Acababa de decir que quería presentarme a su madre? ¿A quién se le ocurría romper el romanticismo y la intimidad de un momento tan importante con una propuesta como aquélla?

— ¿Cómo dices?

— Nada — murmuró, dándome rápidos lametones por todo el cuello. Estaba más que segura de que al día siguiente tendría marcas de sus “mordiscos de vampiro” por toda mi piel —. Ya hablaremos de eso mañana. Ahora tenemos cosas más importantes que hacer.

Me cogió de la mano y me llevó de vuelta al piano, donde me obligó a sentarme sobre la banqueta. Me sentía un poco fuera de lugar, desnuda frente al que fuera el piano de mi difunta madre, pero la excitación estaba comenzando a ganarle terreno a mi ya de por sí escasa cordura. Johnny sacó la caja de preservativos de la bolsa de la farmacia y se puso uno.

— Recuéstate — me pidió mientras se acercaba hacia mí.

Le obedecí sin demasiada convicción. Yo mejor que nadie sabía que ese hombre estaba colgado y que, por lo tanto, se podía esperar de él cualquier cosa.

Aquella posición era bastante incómoda, tenía los brazos, las piernas y la cabeza colgando y la dura madera se me clavaba en la espalda. Sin embargo, debía reconocer que Johnny tenía razón. Aquél era un lugar bastante morboso y erótico para hacerlo.

— ¿Sabes lo que me apetece hacerte en estos momentos? Me encantaría coger un termo de chocolate líquido y caliente, y embadurnarte todo el cuerpo con él. Y después, lamería hasta la última gota de ese delicioso dulce…

— ¿Y por qué no lo haces? — no pude evitar replicar con voz jadeante.

— Primero: porque no sé dónde guardáis el chocolate en esta casa, y segundo: porque quiero hacerte el amor de una maldita vez.

Tras decir esto, me separó los muslos, colocando su cuerpo entre ellos. Sentía la calidez y el roce de su piel contra la mía, en aquella zona tan sensible de mi cuerpo y, a diferencia de lo que había imaginado que ocurriría, no me sentí nerviosa, sino todo lo contrario. Deseaba que profundizara su contacto.

Alcé mis piernas y le rodeé la cintura con ellas. Johnny esbozó una sonrisa complacida ante mi actitud, y comenzó a acariciarme los muslos con frenesí. Yo sólo podía pensar en sexo en aquellos momentos, y estaba empezando a desesperarme por la excesiva lentitud con la que estaba actuando Johnny.

Súbitamente, pasó sus manos por debajo de mi espalda y me alzó en vilo para tumbarme de espaldas sobre el piano. Inclinó su rostro hacia el mío, para unir nuestros labios en un agradable beso. Sabía que teníamos que ir despacio, porque era mi primera vez y Johnny no quería hacerme daño, pero la impaciencia estaba empezando a hacer mella en mí, y no veía la forma de evitarlo.

Sus labios comenzaron a descender por mi cuello, dejando un ardiente reguero de besos desde mi barbilla hasta mis pechos. Mientras, yo le acariciaba la lacia melena castaña, que caía en cascada por su espalda. Miles de pensamientos encontrados se abrían paso en mi mente sin que yo pudiera refrenarlos. Mis hermanos podían llegar a casa en cualquier momento y pillarnos en plena faena; yo era todavía virgen, quería a Johnny y tenía miedo de que mi inexperiencia pudiera decepcionarlo; no sólo estaba a punto de perder la virginidad, si no que estaba profanando la memoria de mi madre y su preciado piano…

— Si no dejas de pensar, te saldrán arrugas — me advirtió, antes de llevar una de sus manos hacia la parte inferior de mi cuerpo y comenzar a acariciar mi sexo con sus expertos dedos.

Eché la cabeza hacia atrás dejándome llevar por el frenesí del momento. Nunca había experimentado un placer semejante al que me estaba brindando Johnny en aquellos instantes. Sentía como si fuera a romperme en mil pedazos de un momento a otro, atrapada en aquel crescendo de sensaciones nuevas y explosivas.

Alcé mi rostro hacia el de él para poder besarlo a conciencia. Quería devolverle el mismo placer que él me estaba proporcionando, pero en aquellos momentos no podía pensar con claridad. El me devolvió el beso y se pegó aún más contra mi cuerpo, al tiempo que incrementaba el ritmo de sus caricias. Unos segundos después sentí que iba a morirme de placer, y un profundo gemido surgió de mi garganta para hacerse eco de tales sensaciones.   

— Oh, Dios… — gemí — Es… increíble…

— Pues todavía no has visto nada — replicó con una sonrisa divertida. Acto seguido, se colocó cómodamente entre mis piernas, preparándose para penetrarme —. Te quiero…

Las sensaciones que sentí cuando su cuerpo entró en el mío son indescriptibles. No sólo fue el placer físico lo que me marcó aquella noche, sino la mutua entrega espiritual, que ambos experimentamos. Hasta que conocí a Johnny nunca me había sentido tan unida a alguien, pero aquella noche me sentí irrevocablemente atada a él.

No tardamos en llegar al clímax en los brazos del otro, con nuestros cuerpos y labios fundidos en una sola unidad. En aquel mismo instante fui consciente de que mi corazón ya no me pertenecía. Era completamente de Johnny.

— ¿Quieres que te lleve a tu cuarto? — me sugirió con dulzura, trazando círculos con su dedo índice sobre mi estómago — Lo cierto es que estoy agotado y me vendía muy bien tumbarme a tu lado en la cama… Después de haber repuesto fuerzas comiendo algo, claro.
           
Me eché a reír ante aquella sugerencia.
           
— Debí imaginarme que estarías hambriento…
           
— Podríamos calentar algo de chocolate, ¿sabes? Porque para ser honesto, no sólo tengo hambre de comida…




Os dejo aquí una versión rockera de "Let's do it" by Joan Jett and Paul Westerberg. He buscado por Youtube una versión de Cole Porter, pero no aparece, y ésta es la que más me convenció de todas.