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"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

lunes, 30 de mayo de 2011

Capítulo X. You could be mine (Parte 1)

Bueno, chic@s, antes de nada, me gustaría aclarar algo sobre el capítulo anterior. La parte en la que los chicos ven a Emma y a Iuta, no forma parte del sueño de Victoria. Ocurre realmente, ya veréis exactamente por qué en la segunda parte del presente capítulo. Ahora sí, os dejo con el capítulo, ¡Un beso!


Angela
El tema de la muerte ha estado presente a lo largo de toda mi vida. No porque haya perdido seres queridos o conocidos, sino porque la idea del suicidio nunca me ha disgustado. Supongo que no había intentado llevarla a la práctica hasta ahora, porque carecía del valor necesario para hacerlo, pero, tal y como están las cosas en estos momentos, “nothin’ really matters to me”.
           
La psicóloga se quedó mirándome con confusión. Obviamente no había comprendido por qué había utilizado aquella última frase.
           
— Es uno de los últimos versos de la canción “Bohemian Rhapsody” del grupo Queen — expliqué, sintiéndome como una completa idiota. Si la gente de mi edad no me comprendía, ¿cómo iba a esperar que esa psicóloga, una mujer de cuarenta años y con carrera universitaria, fuera a entender las gilipolleces de una colgada como yo? Lo cual me recordaba otro verso de aquella misma canción: “I’m just a poor boy, nobody loves me”.
           
— Comprendo — asintió con la cabeza, al tiempo que escribía unas notas en su libreta. La misma puta libreta que traía a todas nuestras sesiones. No pude evitar preguntarme si utilizaría la misma para todos sus clientes, o si tendría una específica para cada uno. ¿Habría escrito allí la vida y milagros de Leonard? ¿Habría retratado, con su elegante caligrafía el dolor y la impotencia que sentía por la muerte de su madre? — Háblame de aquel día — me pidió la psicóloga, sacándome súbitamente de mis pensamientos.
           
Inspiré con fuerza, preparándome para contestar, aunque lo cierto es que no sabía muy bien qué iba a decir. Decidí abrir la boca y dejar que las palabras fluyeran libremente a través de ella, sin pasar previamente por el tamiz de la razón. Ésa era la única forma de no omitir nada, por vergüenza u orgullo.
           
 — Me levanté aquella mañana a las diez y media. Me sorprendió bastante la hora, ¿sabe?, porque los sábados suelo despertarme a las nueve, o como muy tarde a las diez menos cuarto. Tampoco me había acostado demasiado tarde, aunque supongo que el cansancio acumulado a lo largo de la semana fue el causante de que se me pegaran las sábanas. Quién sabe. Bajé las escaleras, en dirección a la cocina, y me di cuenta de que no había nadie en la casa. Me preparé el desayuno y me senté en el sofá del salón. Aquella mañana era especialmente cálida, como lo son siempre las mañanas de verano en este puto estado. Me levanté del sofá para abrir la ventana del salón y que corriera un poco de aire, pero…
           
Me detuve. La razón acababa de intervenir. Me decía que cerrara la boca, que aquella entrometida mujer sólo fingía interesarse por mis problemas porque mi familia le pagaba cien dólares por sesión. En el fondo de mi alma sabía que era cierto, y que, si le contaba la verdad, lo único que iba a conseguir era que esa mujer se la contara después a mi hermano.
           
— ¿Pero? — inquirió la mujer, instándome a continuar.
           
— Nada.
           
— ¿Cómo?
           
— No quiero seguir hablando de esto con usted.
           
La psicóloga soltó un suspiro cansado.
           
— Angela, creí que ya habíamos pasado por esto. Yo sólo quiero ayudarte y…
           
— Usted sólo quiere el dinero de mi padre — la interrumpí, al tiempo que notaba cómo la furia empezaba a ir creciendo en mi interior.
           
— ¿Qué pasó después? — preguntó, eludiendo a propósito mi acusación.
           
Me dejé caer contra el respaldo de la silla. Estaba demasiado cansada ya de toda aquella situación.
           
— Leonard y Iuta llegaron a casa. Discutían acaloradamente. “¡¿Estás con otro, verdad?!”, recuerdo que le dijo Leo. “¡No es eso! Simplemente ya no te quiero. Espero que podamos llegar a ser buenos amigos, porque a partir de ahora, ya no podrá haber nada más entre nosotros”.
           
Noté cómo las lágrimas empezaban a llenar mis ojos. Maldita hija de puta. ¿Por qué me obligaba a rememorar toda aquella historia?
           
— Leonard significa mucho para ti, ¿verdad? — me preguntó con tono maternal — ¿Estás enamorada de él?
           
— ¡Por supuesto que no! — repliqué, furiosa y ofendida a un tiempo — Usted no entiende nada. Por eso no quería contárselo. Es usted una estúpida. No entiende nada. Nada en absoluto.
           
— ¿Qué es lo que no entiendo? — preguntó ella a su vez. Percibía por su tono irritado que estaba empezando a perder la paciencia. 
           
— Leonard era mi amigo. Mi único amigo. Cuando mi hermana lo dejó… Bueno. De algún modo fue como si también rompiera su relación conmigo. No he vuelto a hablar con él desde aquel día.
           
La psicóloga asintió con la cabeza con comprensión.
           
— Supongo que no le importaba lo suficiente. Que sólo hablaba conmigo por contentar a Iuta… En realidad nunca le caí bien. Nunca debió sentir especial simpatía hacia mí…
           
— No digas eso — replicó la psicóloga —. Estoy segura de que…
           
— No significaba nada para él — la corté —. Nunca me consideró su amiga. De lo contrario, al romper con Iuta, habría seguido hablando conmigo, preocupándose por mí. Habría venido a verme de vez en cuando…
           
No podía evitarlo por más tiempo. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis ojos de forma inexorable.
           
— ¿Fue por eso por lo que trataste de quitarte la vida? — insistió — ¿Por qué te quedaste sin tu único apoyo?
           
No respondí a aquella pregunta. Lo cierto es que, habiendo pasado casi un mes de toda aquella locura, ahora podía estudiar los hechos desde otra perspectiva. Puede que, para una persona como la psicóloga, con una vida normal y plena, aquél fuera un motivo insuficiente para plantearse algo tan importante como la propia muerte, pero para mí, aquella pérdida fue la gota que colmó el vaso.
           
— ¿Has vuelto a hablar con Leonard después de… los hechos? — preguntó la mujer, un tanto nerviosa.
           
Solté un largo suspiro antes de contestar:
           
— No. Creo que nunca llegó a enterarse de… “los hechos”, por utilizar sus mismas palabras.
           
La mujer asintió de nuevo con la cabeza y anotó algo más en la libreta. Miré el reloj que había en la pared de enfrente de forma distraída. Sólo quedaban cinco minutos. Cinco minutos más de mi tiempo tirados a la basura.
           
— ¿Qué tal te llevas con tus hermanos? — preguntó la psicóloga, al tiempo que miraba la hora en su reloj de muñeca. El tiempo se le estaba acabando y aún tenía que sonsacarme más información.

— Hans es un gilipollas y Iuta una lesbiana reprimida, cobarde y amargada.
           
Las palabras habían salido de mis labios antes de poder contenerlas. Al menos, la razón no había intervenido esta vez. La mujer se quedó mirándome perpleja, antes de hacer otra de sus irritantes preguntas:
           
— ¿Por qué dices eso?
           
— Porque es la verdad — repliqué con voz cansina.
           
— Angela…
           
— Estoy muy cansada — la interrumpí, al tiempo que me levantaba del sillón —. Si no le importa, me gustaría terminar aquí la sesión.
           
La mujer asintió con la cabeza, y me acompañó gentilmente hacia la puerta.
           
— Nos vemos el miércoles a la misma hora — me recordó con una falsa sonrisa, pero en un tono que se parecía más a una advertencia.
           
— Claro. Hasta el miércoles.


Victoria
— ¿Adónde vamos exactamente? — le pregunté a Úrsula desde el asiento trasero del coche.
           
— A comprarnos ropa para la boda de unos amigos, cariño — replicó Marty con sorna. Era obvio que ir de compras le gustaba tan poco como a mí.
           
— Sí, cariño — añadió Úrsula con entusiasmo  —. He visto en una de las tiendas del centro, un vestido azul eléctrico que te quedaría genial. Además, yo tengo unos tacones a juego que…
           
— ¡¿Tacones?! — la interrumpí yo, histérica — Ni hablar. No pienso ponerme tacones, tía. La última vez que me puse unos, me caí al suelo de culo y…
           
— Eso no va a pasarte esta vez. Marty y yo estaremos ahí para protegerte.

— Úrsula, ¿por qué no dejas que Victoria elija ella misma el vestido y los zapatos que quiere llevar? — intervino entonces Marty, y pude intuir por el tono irritado que impregnaba su voz, que su sugerencia no sólo se refería a mí, sino también a él.

— ¡Marty, no empieces! El esmoquín negro que te probaste, y luego la corbata borgoña que…

— ¿Por qué tenemos que disfrazarnos para ir a la boda de unos amigos? Creí que Halloween no era hasta dentro de tres meses…

— ¡Dios mío! — gritó mi tía, al tiempo que alzaba las manos al cielo, con cierto aire teatral —, ¿por qué los hombres son tan difíciles?
           
Marty reprimió una carcajada antes de contestar:
           
— Porque si no lo fuéramos, las mujeres lo tendríais muy fácil.
           
Úrsula se quedó mirándolo con los ojos entrecerrados, al tiempo que le sacaba la lengua de forma infantil. A veces, más que un matrimonio adulto y responsable, parecían dos hermanos pequeños haciéndose la puñeta.
           
— Hemos llegado — anunció Marty, al tiempo que aparcaba el coche junto al bordillo de la acera. La tienda era pequeña, pero bastante mona, con varios vestidos en el escaparate. Aunque sólo uno de ellos captó verdaderamente mi atención.
           
— ¿Era éste el que decías, tía? — pregunté, al tiempo que señalaba un traje largo, estilo griego, y de un bonito color azul eléctrico.
           
— Así es — respondió ella con una sonrisa.
           
— Creo que ése fue el que se compró mi hermana ayer — dijo una desconocida voz a nuestra espalda. Yo di un respingo, al tiempo que me daba la vuelta para encararla. Úrsula arrugó la nariz con desaprobación en cuanto la vio.
           
— ¿Qué haces por aquí, Angela? — le preguntó, tratando de fingir una simpatía hacia ella, que en realidad no sentía.
           
— Pues supongo que lo mismo que vosotros — replicó la chica con tono ácido —. He venido a comprarme un vestido para la boda de Michael.
           
Marty apareció de repente en escena y saludó a la chica con una leve inclinación de cabeza. Tampoco a él le gustaba demasiado verla allí.
           
— Por cierto — dijo dirigiéndose a mí —. Creo que no nos han presentado. Me llamo Angela. Tú debes de ser Victoria.
           
Me tendió la mano para que se la estrechara, cosa que hice, más por cortesía que porque realmente me apeteciera.
           
— Encantada de conocerte — repliqué, aunque lo cierto es que aquélla era una mentira como una casa.
           
— ¿Sabes? Mi hermana Iuta me ha hablado mucho de ti, pero no eres en absoluto cómo te imaginaba.
           
— ¿Eres la hermana de Iuta? — pregunté perpleja.
           
Ella asintió con la cabeza, muy sonriente.
           
— Deberías comprarte el vestido negro. Como ya he dicho antes, el azul que estabas mirando se lo levó mi hermana ayer, y en una boda queda horrible que dos chicas lleven el mismo traje, ¿no te parece? Por cierto, dale recuerdos a Leonard de mi parte. Hace mucho tiempo que no le veo.
           
Tras decir esto, esbozó otra de sus irónicas sonrisas y se despidió de nosotros con un gesto de la mano, antes de darse la vuelta y entrar en la tienda.
           
— Nos vamos — anunció entonces mi tía.
           
— ¿Cómo? — preguntó Marty perplejo.
           
— No pienso comprar en la misma tienda que esa bruja.

sábado, 28 de mayo de 2011

Capítulo IX. La cena (Parte 2)

Bueno, chic@s, lo prometido es deuda, y, aunque con retraso, aquí os traigo el capítulo. He de decir que no he podido subirlo antes porque esta semana he tenido los últimos exámenes, la graduación, pagar las tasas de bachillerato y un largo etcétera de cosas que me han impedido escribir. Ayer fue la graduación, y puedo decir con orgullo que me han dado ¡matrícula de honor!, por lo que tengo la selectividad y la matrícula de la universidad gratis. ¡Soy muy feliz en estos momentos!, y quería compartir esta felicidad con vosotr@s. También he de decir que por fin me he decidido por la carrera de filología inglesa, y que ayer mismo en la graduación, mi profesora de alemán (la vicedirectora del insti), ¡me presentó a una mujer que es profesora de literatura norteamericana a partir de segundo de carrera! Ahora sólo falta el selectivo, y empezamos el veranito. En fin, espero que disfrutéis el capítulo, y seáis muy felices. ¡Un besito!


— ¿Por qué no tocáis la canción “Wake me befote you go go” de grupo Wham! — les sugerí con una sonrisa, contenta de conocer a algún grupo estadounidense de moda. Sin embargo, mi inocente intento por parecer cool me salió del revés. Ante la mención de la canción, Tom y Leonard arrugaron la nariz con desden.

— Victoria, por favor, ¡no me digas que te gusta esa canción! — me soltó Tom, como si aquélla fuera la peor de las ofensas que podía hacerle.       

— Bueno… No… No es que me guste realmente — me apresuré a contestar —. Aunque lo cierto es que es una canción muy pegadiza. A Úrsula le encanta — añadí, pensando que este podía ser un argumento a mi favor. My mistake again.

— Que Úrsula esté casada con nuestro Marty no significa que tenga buen gusto musical — discrepó Leonard, como si Marty fuera una eminencia en el terreno de la buena música…

— Pues a mí la canción no me parece tan mala como a vosotros — insistí, pues si por algo siempre me he caracterizado es por mi tozudez.

— Si quieres escuchar buena música — replicó Leonard, al tiempo dejaba la guitarra apoyada contra el respaldo del sofá, y se levantaba en dirección a una estantería repleta de discos de arriba abajo —, tienes que escuchar a Warlock.

Tras unos segundos buscando entre la pila de vinilos, por fin encontró el que buscaba. Lo sacó de la estantería con una enorme sonrisa y regresó al sofá con él entre sus manos.

— Es un grupo al que he descubierto recientemente. De hecho, el propio Marty me lo recomendó — me explicó, mientras me tendía el disco. Yo lo tomé entre mis manos con sumo cuidado, pues nunca había sostenido una joya como aquélla en toda mi vida, y no quería estropearla. 

 “Burning the Witches”, podía leerse en la portada. En ella, podía verse también la foto de una mujer escultural (rubia y vestida de cuero, debo añadir) rodeada por cuatro melenudos, es decir, los miembros que formaban el grupo.

— Llévatelo a casa y escúchalo con tranquilidad — me sugirió Leonard con una amable sonrisa, mientras yo seguía ojeando la portada del disco con curiosidad —. Si te gusta, puedo dejarte más discos.

En cuanto Leonard terminó de pronunciar aquellas palabras, Tom se quedó mirando a su amigo boquiabierto.

— ¿Le vas a dejar tus discos a Victoria? — le preguntó con una extraña mezcla de incredulidad y sarcasmo en su voz — ¿Vas a dejarle a ella tus discos cuando a no me dejas ni acercarme a ellos?

Sí, ahora, más que incrédulo parecía bastante enfadado. Y ofendido.

— Tío, la última vez que te dejé un disco, el perro de tu ex novia hizo sus necesidades fisiológicas encima de él.

— ¡Leonard, sabes perfectamente que eso no fue culpa mía! Además, te he pedido disculpas mil veces con respecto a ese tema, ¿sabes? Podrías olvidarlo de una puñetera vez.

— Para ti es fácil decirlo. Tú no te gastaste todos los ahorros de la paga semanal de cuando tenías trece años para comprarte ese disco. No puedes entender el apego emocional que le tenía. Y encima el perro… ¡era un caniche! No podía ser un pastor alemán, o un pitbull, no. ¡Un puto caniche!

Leonard parecía realmente indignado por el asunto, mientras que Tom trataba por todos los medios de excusar el comportamiento del pobre animal. Y yo… Yo básicamente trataba de contener la risa.

—  En fin, ¿podemos cambiar ya de tema? — exigió Tom con irritación.

— ¿Sí, no? Ahora ya no te interesa hablar del asunto… — replicó Leonard con una sonrisa pícara.

Tom negó dos veces con la cabeza.

— Pues no, la verdad. ¿Qué os parece si tocamos algo de Cinderella? ¿Qué tal “Night Songs”? — sugirió con entusiasmo.

Leonard arrugó la nariz, de la misma forma que cuando yo había mencionado la canción que tanto le gustaba a mi tía Úrsula.

— ¿Glam metal, tío?

Tom soltó un suspiro cansado antes de decir:

— Ya empezamos…

— Como dice Dave Mustaine, “Glam” significa: “Gay L.A. Music”.

Yo me quedé mirándolos sin comprender. Había oído hablar del heavy metal, por supuesto. Incluso había escuchado canciones propias del género aquella misma noche. Pero jamás en la vida me habían hablado del Glam metal. Leonard, percatándose de mi confusión, se aprestó a darme una explicación detallada sobre el tema…

— Son unos tipejos teñidos de rubio platino, que visten con colores chillones, se maquillan como si fueran tías, y cuyas voces suenan como las de dos gatos follan…

— ¡Leonard, tío, eso no es cierto! — lo interrumpió Tom ofendido — Es cierto que tienen una estética un tanto singular, pero…

— ¿Singular? — lo cortó esta vez el pelirrojo, perplejo — ¿Singular, dices? ¡Tommy, que tu primo sea uno de ellos no es razón suficiente para que trates de negar algo tan evidente!

— Leo, no lo digo sólo por mi primo. A mí el glam no me disgusta. Hay algunas canciones que son muy buenas.

El pelirrojo alzó la ceja en dirección a su amigo son sorna. Aquella conversación estaba empezando a aburrirle soberanamente. Y lo cierto es que no era el único…

— Esto, chicos, se está haciendo un poco tarde, ¿no os parece? Tal vez debería volver ya a casa, para que Marty y Úrsula no se preocupen más de la cuenta...

Tom me se giró para mirar el reloj que había en la pared de detrás, y después asintió con la cabeza, mostrando así su conformidad.

— Nosotros te acompañamos.

Cogí el bolso y el resto de mis cosas antes de levantarme del sofá. Había sido una velada bastante divertida, pero al mismo tiempo me sentía agotada. Había sido un día muy largo.

Mis amigos precedieron la salida hacia la calle, sin dejar de discutir acerca de ese género musical, el glam metal. Como solía pasarme a menudo, cuando estaba nerviosa, o simplemente aburrida, aquella diatriba en la bella lengua de Shakespeare sonaba en mis oídos en forma de un vulgar zumbido incomprensible.

Oh, Tom, come on! Be serious!

I’m telling you the truth, man. I love Poison. I think Bret Michaels is one of my favourite singers.

For heaven’s sake, Tom! You are a disgrace!

Las calles de la ciudad, tan llenas de vida hacía tan solo unas horas antes, permanecían ahora cubiertas bajo el oscuro manto de la noche. No se escuchaba ruido alguno, a excepción de la “acalorada” discusión de mis dos “acompañantes”, y debo admitir que aquel inquietante silencio me ponía en tensión. Porque sonaba como la melodía previa a una oscura tragedia…

Wait, dudes! — nos advirtió Tom, haciendo que nos detuviéramos con un gesto de la mano. Había algo en la calle de enfrente que había captado poderosamente su atención. Leo y yo dirigimos nuestra mirada en aquella dirección, y lo que vimos nos dejó boquiabiertos.

Are they…? — empecé a preguntar. Tom terminó por mí:

Emma and Iuta.

***

— Mira, Victoria, me da igual que Tom te haya besado. Me da igual que tengas dudas. Yo soy mucho más bueno en la cama que él. Puedo demostrártelo…

Los labios de Leonard se estaban acercando peligrosamente a los míos. Ahora entendía lo que mi madre quería decir con eso de que los hombres eran muy impulsivos: piensan las cosas antes de hacerlas. Traté de apartarme de él, pero eso sólo sirvió para que él se pusiera más… ¿Cómo habría dicho mi tía Úrsula? ¡Ah, sí, claro! Más cachondo.

— Leonard, por favor — le supliqué, tratando de apartarme de él de nuevo, sin éxito —. Tom podría venir en cualquier momento.

— ¿Y qué? — preguntó él, juguetón — A lo mejor podríamos pasar un rato la mar de agradable los tres juntos…

Aquello ya era demasiado. ¿El pelirrojo proponiéndome hacer un trío con Tom? No es que la idea no se me hubiera pasado por la cabeza, pero aún así…

— Yo no creo que…

— ¿Qué, preciosa?  — replicó él con voz jadeante, al tiempo que me rodeaba la cintura con su brazo izquierdo, mientras que con el derecho acariciaba mi espalda.

— No deberías…

El pelirrojo silenció mis labios con un fogoso beso, provocándome una poderosa descarga eléctrica, que me recorrió de pies a cabeza, haciendo que mi cuerpo estallase en llamas. Ya no tenía sentido seguir luchando, pues Leonard era mucho más fuerte e insistente que yo. Además, nunca había experimentado una sensación tan placentera, tan excitante y la vez tan agotadora y mareante como aquella. Y aquel contraste me resultaba como mínimo, absolutamente delicioso.

— ¿Lo has hecho alguna vez, Victoria? — preguntó él cuando nuestros labios se separaron.

Aquella pregunta me tomó totalmente desprevenida. Decidí hacer cómo si no supiera a qué se refería, para así ganar tiempo y pensar en una buena respuesta. Una que no me avergonzara hasta el punto de sufrir la imperiosa necesidad de salir corriendo de aquella habitación.

— Oh, me has entendido perfectamente, cariño — replicó él con voz paciente, antes de comenzar a acariciar con suavidad uno de mis pechos por encima de la tela de mi vestido.

Aquel contacto de su piel con una zona tan íntima, a pesar de que dicho contacto no hubiera traspasado aún la frontera de mi ropa, me hizo soltar un suave gemido, que a Leonard pareció complacerle muchísimo.

— No lo has hecho nunca, ¿verdad?

Yo negué con la cabeza lentamente, incapaz de pronunciar una palabra coherente en aquellos momentos.

— Mejor — sentenció —. Así yo puedo enseñarte todo lo que necesitas saber…
           
Un brillante rayo de sol atravesó mi ventana, inundando la estancia con su pura y deslumbrante luz. Me incorporé en la cama, jadeante y sudorosa, con el corazón latiendo con fuerza contra mi pecho. Todo había sido un sueño. Nada más que un ardiente y agotador sueño…
           
Victoria! — me llamó Marty, desde el piso de abajo — Wake up, darling, we got a lot to do!
           
… Un sueño del que, por desgracia, tenía que despertarme.

lunes, 23 de mayo de 2011

Premio, promesa y recomendación cinematográfica.

¡Hola, chic@s! Después de casi dos semanas vuelvo para contaros que Maria, escritora de "Claro de Luna" (historia que me encanta) me ha concedido un premio. Muchas gracias, querida, aunque últimamente no he hecho el esfuerzo ni el trabajo suficiente para ser merecedora de esta gracia. Perdonad mi lenguaje arcaico, pero es que no sé que me pasa estos días que no soy capaz de escribir en un lenguaje medianamente coloquial. En fin, no me quiero enrollar mucho, sólo diré que le agradezco mucho a Maria que me haya concedido el premio, y que ahora procederé a entregárselo a cuatro personas más:

1. A Laura TvdB, cuyo blog (http://www.lauratvdb.blogspot.com/) recomiendo a todo el mundo. Escribe unos poemas realmente preciosos, y de verdad que tenéis que leerlos.
2. A Patricia, porque la historia de Kya and company cada día está mejor :)
3. A Sun Burdock, porque me encanta su historia del mismo nombre y espero ansiosa buenas nuevas sobre el pelirrojo macizo.
4. A Serela, porque espero la continuación de su historia con ansia.
5. A Esther, porque aunque no he tenido tiempo aún (por los malditos exámenes) de acabar de leerme su historia de "Invazión", lo que llevo leído me encanta.

En cuanto a la historia de "Fight For Rock", sé que llevo ya tiempo sin publicar, y creedme cuando digo que yo soy la primera a la que este hecho la aflige profundamente. (De nuevo pido disculpas por este lenguaje XD). He estado escasa de inspiración y asqueada de la vida últimamente por lo que no he escrito NADA. Me he pasado el fin de semana leyendo, viendo pelis, y escuchando música, para inspirarme. Me estoy haciendo fan de las películas de Woody Allen, y he recuperado mi exacerbada obsesión por el grupo de heavy metal Megadeth. Además, me estoy leyendo "El niño con el pijama de rayas" en inglés, con lo que me inspiro y aprendo al mismo tiempo. En resumen, estoy en la fase "En busca de la inspiración perdida". Parece que ésta va volviendo a mí poco a poco, y creo que ya sé cómo voy a enfocar el nuevo capítulo. En fin, puede que para esta noche, o mañana por la tarde tengáis ya la 2 parte subida. Aunque, como siempre digo, no prometo nada.

No me queda pues nada más por decir, excepto haceros una recomendación cinematográfica, "Midnight in Paris" (Medianoche en París) de Woody Allen. Fui a verla el otro día con una amiga, y lo cierto es que es una de las mejores películas que he visto desde "Cisne Negro". Si algun@ de vosotr@s está cursando 2 de bachillerato, y tiene como asignaturas literatura universal o historia del arte (o ambas, como es mi caso XD), está película os encantará. En ella aparecen los escritores y pintores de vanguardia y la generación perdida (Desde Dalí o Picasso, pasando por Hemingway o Scott Fitzgerald). Además, sale mi amado Owen Wilson, con lo que la diversión está garantizada.

Por último también me gustaría dar las gracias a Patricia, Serela, Laura y Sun por el apoyo que me mostraron en la última entrada de mi otro blog. Estas semanas han sido bastante horribles y sin vuestros ánimos sería casi imposible mirar hacia delante y continuar escribiendo. ¡Muchas gracias, chicas!

Al final me he enrollado más de la cuenta, como siempre. En fin, me despido con un beso y la promesa de un nuevo capítulo muy pronto. ¡Un beso!

sábado, 7 de mayo de 2011

Capítulo IX. La cena (Parte 1)

Bueno chic@s, después de casi una semana, aquí os traigo la primera parte del capítulo 9. Siento no haber podido subirlo antes, pero con el examen de historia me ha sido completamente imposible. También tengo que decir que la semana que viene y principios de la otra no sé si voy a poder subir capítulos. Estoy súper llena de exámenes y trabajos y, aunque me jode muchísimo no poder escribir, no voy a tener tiempo para otra cosa más que estudiar y hacer deberes. en cuanto al capítulo de hoy, por las mismas razones que ya he dicho, es bastante más corto que los otros, y no de tan "buena calidad" como los otros. Tampoco me ha dado tiempo a revisarlo, así que si veis alguna falta de ortografía, por favor, avisadme. En fin, no me queda más por decir, excepto que gracias por leer, y que espero que disfrutéis del capítulo. ¡Un beso!


Tom
— ¡Mi querida señora Rose! — la saludé en tono teatral, al tiempo que trataba inútilmente de contener mis risas — ¿Qué le ha traído esta vez por nuestra humilde morada?
           
— ¡Lo sabes perfectamente, hippie desgreñado! ¡Con el ruido que estáis haciendo no puedo dormir!
           
“Que mujer tan absolutamente adorable. Si no tuviera cuarenta años más que yo, y sobre todo, si no pesara cincuenta kilos más que yo, le haría salvajemente el amor contra la encimera de la cocina”, pensé con sorna, antes de replicar, con la sonrisa más forzada que pude esbozar:
           
— Mi amada señora, oh, dulce y delicada amapola de un campo celestial — “celestialmente pútrido, claro está”, pensé para mis adentros —, me encantaría expresarle nuestras más sinceras disculpas… Sin embargo, y como seguramente usted ya se esperaba, antes incluso de expresar sus quejas contra nuestras humildes personas, no voy a hacerlo. Y procederé ahora a darle mis razones, entre las cuales cabe destacar el hecho de que usted me ha insultado sobremanera, al designarme con el calificativo de “hippie”, cuando yo en realidad soy “heavy”. Sí, sí, lo sé, ambas palabras empiezan por “h”, y ambas tribus urbanas solemos llevar el pelo largo, ¡pero no somos lo mismo! Por otro lado, también me gustaría indicar, que no estamos haciendo ruido, como usted insiste en señalar, y que aunque lo estuviésemos haciendo, estamos en nuestro pleno derecho, porque todavía no es hora de dormir…
           
— ¡No lo será para ti, holgazán! — me interrumpió la “buena” mujer deliberadamente — Tú te levantas a las once y no haces nada en todo el día más que holgazanear, fornicar y escuchar esa música infernal. Pero yo madrugo, ¿sabes? Yo tengo muchas cosas que hacer.
           
— Sí, entre ellas, mantener “contento” al cura… — intervino entonces Leo.
           
Victoria soltó una carcajada, que hizo que toda la atención de la vieja se centrase en ella. Cuando la vio, nuestra queridísima señora Rose puso cara de espanto, antes de soltarle una de sus “perlas”.
           
— ¡Tú! — exclamó, alargando la letra “u”, como si con ello quisiera convertir aquel pronombre personal en el peor de los insultos — Cuando te vi en la escalera debí sospechar que serías la amiguita de estos dos “mondongos”. ¡Habéis convertido este edificio en un antro de perversión!
           
Victoria se puso roja como un tomate ante aquella afirmación, mientras que Leonard estalló en una sonora carcajada.
           
— Señora — intervine yo de nuevo, recuperando el control de la conversación —, permítame que me justifique de las faltas que usted, tan injustamente, me ha imputado. Primero, sí, yo me levanto a las once de la mañana porque normalmente trabajo por las noches. Segundo, sí, me gusta mucho fornicar y escuchar música infernal, como usted dice, pero eso nos lleva a preguntarnos: ¿Cómo sabe usted todo eso? ¿Acaso se dedica a espiarme? ¿O es que secretamente desea que usted y yo forniquemos al ritmo de esa música, que usted se atreve a tildar de “infernal”.
           
Ahora sí que la había hecho buena. Leonard y Victoria no pudieron contener sus risas por más tiempo, y se echaron a reír, dejando más en evidencia a la pobre vieja.
           
— ¡¿Cómo te atreves, desgraciado?! — me soltó, apretando los puños con fuerza. Se le notaba en la cara que estaba a punto de soltarme una buena tunda, y yo, como siempre he sido muy temerario, decidí tentar a la suerte.
           
— ¡Oh, vamos, señora! — repliqué yo en tono jocoso — No se enfade conmigo. De hecho, si se porta bien, los cuatro juntos podemos pasarlo realmente en grande — le insinué, en el tono sensual más cutre que pude proyectar —. No me diga que no le apetece. Leonard sería todo suyo — añadí, señalando al pelirrojo con un gesto de la mano —. El otro día me confesó que tiene sueños húmedos con usted desde que la vio con ese vestidito morado, tan sexy, para ir a misa…
           
— ¡Desvergonzado! — exclamó, antes de soltarme un buen sopapo que resonó en todo el rellano. Ya lo creo que la vieja tenía fuerza…
           
— ¡Señora, no vuelva a acercarse a mí o la denuncio por acoso!  —  le grité, antes de que se fuera indignada en dirección a la escalera, dejándome con la palabra en la boca. Cerré la puerta, y me giré hacia mis amigos, que estaban partiéndose de risa en el sofá.
           
— Vaya, vaya, Tommy, eres todo un rompecorazones…
           
— Victoria, por favor, tú sabes que yo sólo tengo ojos y labios para ti — repliqué con sarcasmo, si bien era cierto lo que acababa de decirle.
           
— Sí, por eso querías cargarme el muerto a mí, ¿no? ¿De dónde has sacado eso de que yo tengo sueños húmedos con doña Necesito-que-me-echen-un-buen-polvo-pero-como-soy-más-fea-que-pegar-a-un-padre-con-un-calcetín-sudao-nadie-quiere-acercarse-a-mí?  
           
— ¿Acaso es mentira, eh, pillín? — repliqué, esbozando una sonrisa maliciosa — Vamos, reconoce que te pone. Ni Vicky ni yo vamos a contárselo a nadie, ¿verdad que no? — le pregunté, recorriéndola con una mirada conspiradora. Sin embargo, Victoria puso los ojos en blanco, antes de soltar entre risas:
           
— Estáis colgados, ¿lo sabíais?
           
— ¡Por supuesto que lo sabíamos, Vicky! Ése, y nuestro innegable atractivo físico, es lo que nos hace traer a las nenas de cabeza — repliqué yo con fingido orgullo.
           
Leonard se levantó en ese momento en dirección a la cocina.
           
— Chicos, será mejor que nos vayamos a cenar ya, o la pizza se enfriara.
           
— Estoy completamente de acuerdo con Leonard — me apresuré a contestar —. Tenemos que tener el estómago lleno para poder hacer después… según qué cosas…
           
Victoria me taladró con una mirada suspicaz.
           
— ¿A qué te refieres?
           
Le lancé a Leonard una mirada cómplice antes de contestar la pregunta de Victoria, de la siguiente manera:
           
— Pues está claro. Vamos a continuar con lo que estábamos haciendo antes de que esa vieja llegara y nos arruinara la fiesta…
           
Algo en la mirada de Vicks me decía que no se fiaba del todo de mis palabras. No podía culparla. Si yo hubiese estado en su situación, una muchacha pura e inocente en casa de dos melenudos colgados, también me habría mantenido alerta.
           
Cuando llegamos a la cocina, Leonard sacó la pizza del horno y Victoria y yo pusimos la mesa. Aquella iba a ser la primera cena de la hermandad de “Los-colgados-que-llevan-chaqueta-de-cuero-incluso-a-mediados-de-agosto y la-chica-que-sin-saber-muy-bien-cómo-acabó-formando-parte-de-su-pandilla”. Sí, sin duda aquélla iba a ser una fecha que tendríamos que marcar en el calendario...
           
— ¿Qué quieres de beber, Victoria? — le preguntó Leonard desde la nevera.
           
— Una coca-cola — replicó, al tiempo que se sentaba en una silla frente a mí. Al momento apareció Leo con la pizza, los cubiertos y las bebidas. Cuando estuvo todo colocado en la mesa, el pelirrojo decidió sentarse también, cómo no, al lado de Victoria.
           
— ¿Habéis encontrado ya a un batería para el grupo? — preguntó Vicky, en un claro intento por romper el hielo.
           
Leo negó con la cabeza antes de darle un buen sorbo a su cerveza. Él era, de todos los miembros del grupo, al que más le jodía que Michael se fuera, no sólo porque era un gran músico, sino también porque era un gran amigo suyo. Según tenía entendido, se conocían desde el colegio.
           
 — Mi primo conoce a alguien que… — empecé a decir, pero como siempre, Leonard me interrumpió.
           
— Ya hemos hablado de eso, Tom. El amigo de tu primo no me convence.
           
Yo apreté la mandíbula con fuerza, en un vano intento por calmar mi frustración. ¿Por qué siempre era el pelirrojo quien decidía quién entraba y quién no en el grupo? ¿Acaso mi opinión no importaba? ¿Acaso no era yo una parte importante de la banda? Victoria pareció notar mi “incomodidad” y cruzó una mirada cómplice conmigo. Yo la aparté deprisa, dirigiéndola hacia mis pies, pues no quería que Leonard pensara que estábamos conspirando contra él. Fue entonces cuando Victoria decidió poner a prueba la paciencia de Leonard planteándole la siguiente sugerencia:
           
— ¿Por qué no le decís a Hans que…?
           
— ¡Ni hablar! — explotó Leonard — No quiero a ese desgraciado en mi grupo.
           
Aquella brusca contestación por parte de Leonard pareció, no me preguntéis por qué, sorprender negativamente a Victoria. ¿No se había acostumbrado ya a los cambios de humor de mi amigo? Aquella reacción por su parte demostraba claramente que no. El pelirrojo pareció darse cuenta de que se había excedido, y tomándola con fuerza de la mano, y mirándola intensamente a los ojos, le dijo:
           
— Perdóname, cielo. No he debido hablarte de esa manera. Tú no tienes la culpa de nada.
           
Victoria enrojeció de vergüenza ante aquel contacto tan íntimo, que a mí no me gustó para nada. “Perdóname, cielo”. ¿Desde cuándo Leonard llamaba “cielo” a alguien? ¿Desde cuándo pedía perdón por ser un capullo?
           
— No pasa nada, Leonard — se apresuró a contestar ella, con la vista clavada en sus manos, todavía apretadas fuertemente por las de Leo —. He sido yo la que no ha debido hacer una sugerencia tan estúpida.
           
Leonard negó fuertemente con la cabeza, de forma que su melena rojiza rozó ligeramente el brazo de Victoria. No podría asegurarlo, pero me dio la impresión de que aquel gesto involuntario por parte del pelirrojo, no lo era tanto… Y su actitud estaba empezando a sacarme de quicio.
           
— Cambiando de tema — empecé a decir, sin poder ocultar el fastidio que me producía aquella situación —. ¿Qué tal van las cosas con Iuta, Leonard?
           
Mi amigo me fulminó con la mirada antes de soltar con delicadeza las manos de Victoria. Sí, había dado justo en el clavo…
           
— Pues supongo que de la misma manera que van las tuyas con tu madre — replicó con amargura.
           
Aquél había sido un golpe muy bajo. Leonard sabía perfectamente que mi madre me había abandonado por un hombre que la maltrataba. Sabía perfectamente que no pasaba un solo día sin que yo la maldijera una y mil veces por haberme dejado tirado... Claro que yo tampoco había jugado limpio al recordarle a Iuta. A pesar de que no sabía cómo había ido la relación entre ellos, porque Leonard apenas me había hablado de ello, estaba claro, a juzgar por cómo la trataba cada vez que se veían, que lo había hecho sufrir. Y mucho.
           
Victoria se nos quedó mirando con la expresión de aquél que quiere echar a correr de un momento a otro, pero que por cortesía, se queda parado en su sitio sin saber muy bien qué hacer, esperando que todo acabe pronto. Aquella situación se nos estaba yendo de las manos. Victoria me gustaba mucho, sí, pero ante todo, Leonard era mi amigo. Y no iba a permitir que una mujer nos separase.
           
— Leonard, tío, siento mucho lo que te he dicho. Ya sabes que últimamente no duermo bien y digo muchas gilipolleces.
           
Sí, ya lo sé. Es una disculpa bastante cutre, pero en aquellos momentos fue lo único que se me ocurrió. Leonard esbozó una lenta sonrisa, antes de ponerse en pie, y echarse a mis brazos, diciendo:
           
— Tío, tú dices gilipolleces aunque hayas dormido doce horas.
             

domingo, 1 de mayo de 2011

Capítulo VIII. Revelaciones (Parte 2)

Victoria
— Tengo una idea mejor — intervino de nuevo Leonard —. ¿Por qué no te vas a tomar …?
           
— ¡Leonard! — lo interrumpí yo, antes de que soltara una barbaridad — Déjalo. De hecho, me iba ya a casa.
           
— ¿Seguro que no te quieres quedar un rato más? — me preguntó Tom, inexplicablemente ansioso — Podríamos ver una película, o algo.
           
— Tengo que ir a casa a ducharme y a cambiarme de ropa — me apresuré a excusarme, clavando la vista elocuentemente en mis ropas y las de Leonard.
           
Tom recorrió mi cuerpo con una escudriñadora mirada, antes de esbozar una lenta sonrisa.
           
— Sí, ya veo. Bueno, puedes venir después, ¿no?
           
— No lo sé, tendría que preguntárselo a Úrsula.
           
— Podrías venir a cenar con nosotros, Victoria — intervino entonces el pelirrojo —. Así les dejas un poquito de intimidad a Marty y a Úrsula, que desde que llegaste, seguro que no han tenido tiempo ni ocasión para cumplir con sus obligaciones maritales.
           
Tom estalló en una sonora carcajada ante la salida de su amigo. Yo, en cambio, enrojecí de vergüenza. ¿Cómo se le ocurría hablar de las intimidades de un matrimonio, delante de la sobrina del mismo?
           
— Leo tiene razón — corroboró Tom, muerto de la risa —. El sexo es una de las partes más importantes en una pareja. Y a Marty, seguro que aunque tiene cara de niño bueno, le va la marcha. No sé si me entiendes…
           
“¡Como para no entenderte!”, pensé con sarcasmo. “Si tu amiguito el pelirrojo y tú sois tan sutiles como un tanque”.
           
— Sí, Tommy. El sexo, a mi entender, es la parte más esencial en una pareja — añadió Leonard, recorriéndome de arriba abajo con una mirada lasciva.
           
— Esto… Yo… tengo que irme — repliqué, visiblemente incómoda, al tiempo que me dirigía hacia la puerta con pasos presurosos.
           
— Entonces, ¿te esperamos para cenar? — preguntó Tom, con una sonrisa de lo más pícara.
           
— Pues la verdad es que no lo sé — le contesté con sarcasmo —. A lo mejor prefiero quedarme en mi casa… a ayudar a mis tíos a ejercer sus obligaciones maritales.
           
Leonard estalló en una sonora carcajada ante mi respuesta, mientras que Tom se quedó mirándome con el rostro marcado por la incredulidad. Yo les dediqué una sonrisa divertida, antes de abrir la puerta y huir de aquella casa de locos.
           
— ¡¡Leo, tío!! ¡¿Has oído lo que acaba de decir?! — oí que le preguntaba Tom al pelirrojo desde el otro lado de la puerta — ¡Quiere montarse un trío con Marty y la Úrsula! A esta tía le va la marcha, colega. ¿Tú crees que aceptaría a montarse un trío con nosotros dos?
           
— No lo sé, pero aunque aceptara, yo no pienso meterme desnudo en la misma cama que tú, eso tenlo por seguro.
           
— ¡Mejor aún! Así tendré a Vicky para mí solito…
           
Un segundo después escuché el impacto de lo que debía ser una almohada contra la cabeza de Tommy.
           
— ¡Tío, me has hecho daño! — se quejó Tom.
           
— ¡Te jodes!
           
— ¡¡Te tengo dicho que no pegues en la cara!! Ahí es donde reside todo mi atractivo. Y es innegable que mi atractivo es una auténtica mina de oro…
           
— Sí — replicó Leonard muerto de la risa —. Una mina de oro llena de espinillas y puntos negros.
           
— ¡¿Pero que coño dices, tío?! — replicó Tom, “indignado” — Al menos yo no tengo el pelo de un color desteñido…
           
— ¡¿Desteñido?! — le soltó Leo, que a duras penas podía aguantarse la risa — Eso no me lo dices en la calle.
           
Yo, pudiendo apenas contener la risa, saqué el reloj para mirar qué hora era. ¡Las seis y media! Llevaba fuera de casa todo el día. Mi tía Úrsula me iba a matar. Con ese único pensamiento en la cabeza, eché a correr escaleras abajo con tan mala suerte que casi me estampó con una señora mayor, que tenía pinta de ser una beata, a juzgar por la cantidad de rosarios que llevaba encima.
           
— ¡Niña, mira por donde vas! — me gritó de muy malos modos.
           
— Lo siento mucho, señora — me apresuré a replicar, muerta de vergüenza.
           
— ¡Estos jóvenes de hoy en día ya no respetan nada! ¡Como los dos vagos que viven arriba de mi piso! ¡No hacen otra cosa en todo el día más que molestar!
           
No sé por qué, me dio en la nariz que esos dos vagos a los que se refería aquella insufrible mujer eran los locos de mis amigos…
           
— ¡Esos melenudos ni siquiera son capaces de ir a la peluquería a que les corten el pelo, por el amor de Dios!
           
Sí, definitivamente se refería a mis dos amigos.
           
— Si mi pobre madre levantara la cabeza, se volvería a morir de la vergüenza…
           
Y siguió subiendo las escaleras lanzando improperios a diestro y siniestro sobre la inmoralidad y la desvergüenza de los jóvenes de hoy en día.
           
“Qué mujer tan insoportable. Seguro que su marido no le da lo que le tiene que dar”, pensé, esbozando una diabólica sonrisa. “¡Dios! Tom y Leo están empezando a pervertirme. Yo antes no me fijaba en esas cosas”.
           
Al darme cuenta de que se me estaba haciendo tarde de verdad, me afané en bajar las escaleras en el menor tiempo posible. Cuando llegué a la calle, me di de bruces contra Marty, que pasaba en aquel momento por la calle.
           
— Victoria, ¿qué estás haciendo aquí? — me preguntó con una cálida sonrisa, que se borró, en cuanto se fijó en lo empapada que traía mi ropa — ¿Qué diablos…?
           
— Yo… Me encontré con Leonard en la calle esta mañana, y me invitó a ir a la playa con él…
           
— Entiendo — me interrumpió él, como si el hecho de que el pelirrojo estuviera en el ajo, ya justificara cualquier desatino —. Supongo que ibas ahora hacia casa. Para cambiarte, quiero decir.
           
Yo asentí con la cabeza.
           
— Bien, pues vamos para allá — me sugirió, con un gesto de la mano y una enorme sonrisa en su rostro. Marty era un hombre que no se enfadaba con facilidad. Siempre con una sonrisa en los labios y una palabra amable para todo el mundo. Ciertamente, era muy fácil quererle.
           
— ¿Qué tal van las cosas con los chicos? ¿Te llevas bien con ellos?
           
Yo reprimí una sonrisa, antes de contestar:
           
— Sí, muy bien — puede que incluso “demasiado” bien… — Tom y Leonard están un poco colgados, pero son muy simpáticos.
           
Marty soltó una sonora carcajada ante mi respuesta.
           
— Sí. Creo que acabas de describirlos a la perfección. ¿Y qué me dices de Iuta? — inquirió, recorriéndome con una mirada suspicaz.
           
— ¿Iuta? — repliqué, haciendo todos los esfuerzos posibles por no transmitir sentimiento alguno en mi respuesta — Pues no sé.
           
— ¿No sabes?
           
— No sé mucho sobre ella. Y lo poco que sé, no me gusta para nada.
           
Marty se quedó mirándome con pesar.
           
— Iuta tiene… muchos problemas. Ella…
           
— Todos tenemos problemas, Marty — lo interrumpí —, pero no por ello tenemos que pagarlos con los demás.
           
— No deberías juzgar sin conocer, Victoria. Iuta sufrió en esa relación tanto como Leonard.
           
— Permíteme que lo dude, Marty — repliqué en tono ácido.
           
— Victoria…
           
— Marty, no quiero seguir hablando del tema, ¿de acuerdo? La pasada vida sentimental de mis amigos no es de mi incumbencia.
           
— Como quieras — contestó él con fastidio.
           
El resto del trayecto hacia casa lo hicimos en silencio. Él, con cara de ajo seco porque no había podido terminar de contarme lo que fuera sobre Iuta y Leonard, y yo, que no podía sacarme de la cabeza el beso del pelirrojo. Él y Tom ocupaban mi mente día y noche. Claro que, tampoco tenía nada más interesante en que pensar. Me pregunté si debía contarle a Marty lo que había pasado entre mis amigos y yo. Tal vez él pudiera aconsejarme sobre lo que debía hacer. Pero me daba demasiada vergüenza hablar con él sobre ese tema. Con él, y con cualquiera.
           
Cuando llegamos a casa, Úrsula todavía no había llegado.
           
— Estará aún en la academia. Los jueves suele llegar tarde — me informó Marty, sin que tan siquiera yo le hubiese preguntado al respecto.
           
Para conseguir algo de dinero extra, Úrsula trabajaba dando clase en una academia de arte los lunes, martes y jueves por la tarde. Según decía ella, el arte era su vida. Era lo que la hacía sentir viva, no ser la propietaria de un bar heavy.
           
— Voy a ducharme, Marty.
           
— Muy bien — replicó él desde el salón. Su rostro estaba iluminado por una alegre sonrisa.
           
“¿Por qué en esta casa la gente es tan bipolar?...”
           
— Esto… Marty, Tom y Leonard me han invitado a cenar esta noche a su casa. ¿Te importa que…?
           
— Naturalmente que no importa, cariño. Ve y diviértete.
           
Yo le devolví la sonrisa.
           
— Si viene mi tía…
           
— Le diré que te has ido con esos dos locos, no te preocupes.
           
Tras haber obtenido el beneplácito de mi tío, me fui al baño y me di una buena ducha. Tiré la ropa sucia a lavar, y me puse un vestido de franela con unas manoletinas negras. Sí, ya sé lo que diréis. Aquél no era el atuendo más adecuado para ir a cenar a la casa de dos rockeros, pero era con lo que yo me sentía más cómoda.
           
En cuanto estuve lista, me puse una chaqueta vaquera por encima y me despedí de Marty con un beso en la mejilla. Cuando llegué a casa de T&L (queda más “cool” así, ¿no os parece?), eran ya las siete y media. Toqué con los nudillos tres veces, antes de que Leonard me abriera la puerta. Él también acababa de ducharse, pues tenía la larga cabellera pelirroja empapada. Llevaba unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta blanca de Mickey Mouse que había visto mejores tiempos. Iba descalzo, y se había puesto en el cuello un collar con una estrella de cinco puntas.
           
— ¡Victoria! — dijo, esbozando una pícara sonrisa — Me alegro de que hayas venido. Espero que te guste la pizza de jamón york y queso, porque es lo único que hay.
           
“Cómo no”, pensé con sarcasmo.
           
— Eh, sí, sí. Me encanta — repliqué con una sonrisa.
           
Con un gesto de la mano, el pelirrojo me invitó a entrar. Fue entonces cuando me di cuenta de lo alta que estaba la música.
           
— ¿Qué diablos…?
           
— Es Metallica — me contestó Leonard, con una enorme sonrisa —. “Master Of Puppets”, ¿te gusta?
           
Lo cierto es, que al principio la canción me pareció lo más horrible que había escuchado jamás. No era en absoluto “amigable” al oído. No era como esas canciones de la radio que solía oír mi madre, en la que un cantante con voz desafinada le cantaba sus penas de amor edulcoradas a los oyentes. La voz de ese cantante era profunda, desgarradora… Brutal.
           
— ¿Tenéis más música como ésta? — pregunté, al cabo de media hora. No sabía si era porque mi oído estaba acostumbrándose a aquella atronadora y delirante música, o porque realmente me gustaba, pero lo cierto es que la furia y la fuerza de aquellos músicos me habían llegado al alma.
           
Leonard y Tom se echaron a reír ante mi respuesta.
           
— Tenemos las estanterías llenas de música como ésta, preciosa — me contestó Tommy.
           
Yo esbocé una alegre sonrisa, deseando escuchar a más grupos como aquél. Sin embargo, cuando Leonard estaba a punto de poner un disco de un grupo llamado Iron Maiden, alguien llamó a la puerta. Bueno, si es que a dar mamporrazos se le puede considerar “llamar a la puerta”.
           
Leonard y Tom intercambiaron sendas miradas cómplices, antes de que éste último se dirigiera pesadamente hacia la puerta, tratando a duras penas de contener una sonora carcajada.      
           
— ¿Quién es? — preguntó con sarcasmo. El tono burlón que había utilizado para formular la pregunta, dejaba bien claro que sabía perfectamente de quién se trataba.
           
— ¡La señora Rose! ¡Abrid, pedazo de holgazanes!
           
Aquella voz me resultaba familiar…
           
Cuando Tom abrió la puerta, la mujer con la que me había tropezado aquella misma tarde en la escalera, hizo su aparición en escena.