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"When I hear the music, all my troubles just fade away/ When I hear the music, let it play, let it play",

"Let it Play" by Poison.

sábado, 31 de diciembre de 2011

Capítulo XXIII.The Girl Keeps Coming Apart (Parte4)

Bien, señores, aquí les traigo la última parte del capítulo 23. Que lo disfruten con salud (aviso que es bastante largillo). ¡Feliz navidad y próspero año nuevo 2012!


Leonard
Estaba asustada, podía percibirlo a través de los desbocados latidos de su corazón, que parecía estar a punto de salírsele del pecho. Lo sentía palpitar, desesperado y bravío contra mi propia piel, tan pegados estaban nuestros cuerpos. Su respiración era agitada y su mirada airada, mientras que su cálido aliento se entremezclaba con el mío, reafirmando así ese íntimo contacto…
           
— Suéltame ahora mismo, Leonard, o grito. Y sabes que Úrsula te cortará los huevos si te pilla aquí, metido en mi cama y encima a punto de violarme, maldito yonki desgraciado de mierda — me amenazó, dirigiéndome una mirada muy poco amigable, que trataba de ser amenazante.
           
— Querida Victoria, me temo que no me has dejado otra opción. He tratado de explicarte mis razones por carta, por teléfono, antes en el salón… Y no has querido atender a razones.
           
— Si me tocas un solo pelo…
           
— No voy a hacerte ningún daño, Victoria — la interrumpí, sintiendo que estaba a punto de perder la poca paciencia que el Señor en su infinita misericordia me había otorgado al nacer —. Sólo quiero que hablemos, nada más.
           
Aquel razonamiento no pareció convencerla en absoluto. Sin duda era cierto que había perdido su confianza por completo. Y quizá, con mi imprudencia de aquella noche la había perdido por completo y para siempre… ¡No! Nada estaba decidido hasta que se agotaba el tiempo de descuento.
           
Mira tía, no te quiero hacer daño, pero quiero que me pongas la oreja en lo que te tengo que decir, y no me toques los huevos con que no quieres porque por mis santos cojones te lo voy a decir.
           
Victoria se quedó mirándome estupefacta, como si no pudiera terminar de creerse que mis labios acabaran de pronunciar aquellas expresiones tan ofensivas y barriobajeras. Había vuelto a pifiarla: sencillamente maravilloso.
           
— ¡Pero serás cabrón! — gritó a pleno pulmón. Sus gritos eran tan fuertes que temí que Úrsula o Tom pudieran oírla desde sus respectivas habitaciones, por lo que le tapé la boca con una de mis manos. Otro gran error. Al ver liberada una de sus muñecas, alzó su mano para estirarme con furia del pelo.
           
— Victoria, por el amor de Dios, ¡estate quieta!
           
En lugar de hacerme caso, incrementó la fuerza con la que me estaba agarrando los cabellos y mientras, sus piernas no se estaban quietas. Comenzó a patalear y a retorcerse bajo mi cuerpo como si no fuera más que una niña pequeña y enrabietada. Y debo admitir, aun a riesgo de parecer un depravado, que la fricción que se estaba produciendo entre sus muslos y mi entrepierna me estaba poniendo a cien…
           
Al darse cuenta de que mi atención se había quebrado fugazmente, Victoria aprovechó para forcejear con más ahínco, hasta que finalmente consiguió liberar su otra muñeca. Sin pensárselo dos veces, comenzó a golpearme el pecho con el puño, sin dejar de removerse.
           
Por suerte, conseguí apresar de nuevo su brazo izquierdo, pero mi preciada melena seguía enredada en su mano. Decidí que era hora ya de que jugara todas mis cartas si quería ganar ese juego. Le quité la mano de la boca para sustituirla sólo un segundo después por mis labios.

Al principio, Victoria se resistía al empuje de mis labios, estirándome del pelo con tanta fuerza que incluso consiguió arrancarme varios mechones, pero yo no desistí. Victoria tenía que volver a ser mía, tenía que escucharme. Con cada uno de sus estirones y arañazos, mi presión sobre sus labios se hacía cada vez más insistente. No pude resistirme a darle un suave mordisco en el labio inferior que le arrancó un gemido, que nada tenía de quejumbroso, y esa fue su perdición. Mi lengua penetró entonces en su boca, al tiempo que mis labios cubrían los suyos en un abrazo hambriento y posesivo. El agarre de su mano en mi pelo se aflojó, hasta que finalmente mi melena quedó libre de nuevo.

Viendo que tenía otra vez la situación bajo control, llevé mi mano hasta uno de sus pechos y comencé a acariciárselo por encima de la tela de su pijama, sin dejar de torturarla con mis labios. Su mano, recientemente liberada de “mis garras” fue a parar a mi trasero, apretándolo y acariciándolo con desesperada necesidad.

— Leonard…— gimió contra mis labios, interrumpiendo nuestro beso —. Esto no está bien.  

Aquella frase tan irritantemente tópica me hizo soltar un gruñido muy poco elegante. ¿A quién le importaba si estaba bien o no? Llevaba un mes sin verla, muriéndome por dentro, creyendo que jamás me perdonaría, que nunca más volvería a aceptarme entre sus brazos. Y ahora que había conseguido despertar de nuevo en ella su deseo, ¿quería que me detuviera?

— Si es porque estamos en casa de tus tíos y…

— No es por eso, Leo — me interrumpió en un susurro. Su semblante se había tornado muy serio de repente… Aquello no pintaba nada bien —. Es sencillamente que no sé si puedo volver a…

— ¿Sí? — inquirí, sintiendo que mi impaciencia natural comenzaba a aflorar a la superfície — ¿Qué ocurre, Victoria?

— No sé si puedo volver a confiar en ti, Leonard — repuso con firmeza, sosteniendo mi mirada de forma implacable. Aquellas palabras fueron como afilados puñales clavándose en mi carne, para después desgarrarla sin piedad alguna. Si su intención había sido herirme con tales palabras, había dado justo en el clavo.

Nada quedaba ya de la niña tímida, retraída e inocente que había venido desde tierras lejanas, tan sólo unos meses atrás. Ahora era toda una mujer de fuertes convicciones, que no estaba dispuesta a dejarse pisotear y engañar otra vez. Por eso la admiraba tanto. Y por eso me daba tanto miedo perderla.

Se hizo un largo silencio entre ambos, durante el cual no dejamos de sostenernos la mirada. Finalmente, y dando ya la batalla por perdida, la liberé de mi agarre y me senté junto a ella en la cama. Al menos no me había rechazado de forma tajante y definitiva. Sólo tenía que conseguir que volviera a confiar en mí y sería mía de nuevo.

— Lo comprendo — dije finalmente, sintiendo como se me encogía el corazón en el pecho, a medida que las palabras brotaban sin control de mis labios —. Es lo que me merezco después de haberte tratado de la forma tan imperdonable en que lo hice.

Ni siquiera me le di tiempo a replicar, simplemente me levanté de su cama y me dirigí, cual alma en pena en medio de la negra noche, de vuelta a mi habitación, de la que no debería haber salido aquella noche.


Anna
Aquel rubio que albergaba en su ser tanto orgullo como desfachatez estaba empezando a hincharme las narices.

— Rob, ya te he dicho por lo menos cinco veces que tengo que cerrar… — “… así que, ¿por qué no te vas a tu casa de una puta vez?”, añadí mentalmente.
           
— Y yo ya te he dicho por lo menos cinco veces, Annita, que me pongas otra puta copa. Tengo que calentar el estómago, ya sabes.
           
Cerré los ojos con fuerza, mientras escapaba de mis labios un largo suspiro de resignación. Llevaba en pie desde las seis de la mañana y Marty me había endilgado el marrón de tener que cerrar el bar. Seguro que se había imaginado que el rubio iba a ser el último cliente aquella noche y quería ahorrarse la molestia de tener que lidiar con él. Y yo que pensaba que él era el único estadounidense que no me consideraba una mojigata retrasada de la que era lícito aprovecharse…
           
— ¿Es que no me has oído, Anna? — inquirió mi forzado cliente, en un tono autoritario que me devolvió de golpe a la realidad.
           
Me di la vuelta en su dirección, echando fuego por los ojos.
           
— Rob, el bar está cerrado, ¿te enteras? Así que a menos que quieras quedarte para ayudarme a limpiar las mesas y fregar el suelo, te aconsejo que te largues a tu casa de una maldita vez, antes de que te meta el mango del mocho por cierta parte de tu anatomía que Dios creó para llevar a cabo una función completamente diferente.
           
Ni siquiera fui consciente de que aquellas barbaridades habían salido disparadas de mi boca, hasta que ya las había pronunciado en su totalidad. Durante unos fatídicos segundos, que a mí me parecieron horas interminables, temí haber cabreado a Rob con mis desafortunados comentarios y que éste tratara de vengarse al “modo Hans”. Después de todo, estábamos él y yo solos en el bar, a altas horas de la madrugada, lo que traducido al cristiano venía a significar que ese vikingo sádico y soez podría hacer conmigo lo que quisiera, pues no había allí testigos ni nadie que pudiera ayudarme.
           
Sin embargo, pronto se hizo claro que mis temores eran infundados. Rob no sólo no estaba enfadado, sino que mis palabras parecían haberlo divertido en extremo.

— Me encantan las mujeres con carácter — comenzó a decir, al tiempo que se ponía en pie, tambaleándose levemente a causa de la gran cantidad de alcohol que había ingerido, y se dirigía con torpes andares hacía mí. Yo, a mí vez, retrocedí unos pasos, tratando de alejarme de él todo lo posible. En esas condiciones, Rob, que ya de por sí era peligroso, era ahora una bomba de relojería.

— Creo que deberías irte a casa, Rob. Te llamaré a un taxi para que así no tengas que conducir…

— ¿Ves? Cuando te pones en plan monjita novicia inocentona es cuando no te aguanto — su semblante se había vuelto muy serio de repente, como si algo en mi conducta lo hubiera molestado soberanamente. Y lo peor de todo era que cada vez lo tenía más cerca de mí — Me gusta ver que tienes sangre en las venas, ¿sabes? Sangre roja y ardiente…

En dos zancadas salvó la distancia que nos separaba y me estampó con fuerza contra la pared que había detrás de mí. Me sujetó las muñecas por encima de la cabeza, agarrándolas con una sola mano, mientras que con la otra pegaba mi cuerpo al suyo. Podía sentir claramente su enorme erección presionando contra mi estómago, pugnando por liberarse de sus pantalones de cuero.

— Rob, por favor, suéltame — supliqué, en un intento por mostrarme razonable. Él negó con la cabeza, al tiempo que se dibujaba en su rostro una mueca de disgusto.

— Tampoco me gusta cuando te muestras servicial… Cuando me pones cachondo de verdad es cuando te enfadas y me gritas… ¿Gritarás mi nombre con esa furia cuando haga que te corras, Anna?

Aquella pregunta hizo que la piel de mis mejillas enrojeciera cual tomate maduro… Aunque mentiría si dijera que la promesa implícita que guardaba esa pregunta no me excitó al punto. ¿Cómo era posible que ese hombre provocara en mí reacciones tan contradictorias?

— ¿No vas a contestar, Anna? — inquirió, al tiempo que pegaba aún más su cuerpo al mío — ¿Acaso te ha comido la lengua el gato?
           
Seguramente para cerciorarse de que, efectivamente, ningún minino me había arrebatado la lengua, Rob se lanzó a apresar mis labios en un beso agresivo y voraz. Al principio, traté de soltar mis muñecas de sus garras o al menos defenderme de su ataque, pero la fuerza bruta del rubio superaba con creces la mía, con lo que ni siquiera fui capaz de hacerle cosquillas.
           
Estaba a punto de rendirme y dejarme llevar por su salvaje beso cando me di cuenta de que tenía, justo a mi alcance, la llave de mi libertad. Siguiendo un impulso, que respondía más al instinto de supervivencia que a la prudencia que hasta entonces siempre me había caracterizado, concentré mentalmente toda la fuerza de mi cuerpo en las piernas, para después lanzarle un fuerte rodillazo en la entrepierna, seguido por un puntapié en la espinilla. El vikingo me soltó las muñecas al punto, pero no mi labio inferior, que se aprestó a morder con fuerza hasta hacerme sangre.

— Has sido una niña muy mala, Anna. Voy a tener que castigarte — siseó, al tiempo que retrocedía unos pasos, concediéndome, sin saberlo, la oportunidad de escabullirme de la prisión de su cuerpo.


Rob
La muy zorra me había dado un fuerte pisotón en el pie antes de echar a correr en dirección a la barra, tras la que trataba de esconderse de mí. Como si eso fuera a salvarla… Lo único que conseguía con su actitud de “rebelde sin causa” era excitarme todavía más, si es que eso era posible.
           
Lo cierto es que las mujeres temperamentales siempre habían sido mi debilidad, pero ésta en particular, que era una combinación explosiva de inocencia y pasión indómita, me ponía a cien. Por eso cuando, horas antes, mi amigo el franchute había evidenciado su deseo de tirársela me había invadido esa furia asesina e irracional. Yo había visto a esa moza primero.
           
Avancé hacia la barra, tras la que permanecía acurrucada, cual gatito asustado resguardándose en un escondrijo en mitad de la lluvia. No me gustaba nada aquella actitud. No quería que me temiera, quería que me mordiera.
           
— Anna, compórtate como la mujer que sé que eres y sal de ahí — dije cuando la tuve frente a mí. Ella, reaccionando de una forma sumamente infantil, retrocedió unos pasos, con el miedo escrito en sus ojos pardos. Aquello hizo que perdiera definitivamente la paciencia.
           
En menos de un pestañeo, salvé la distancia que nos separaba y la alcé en brazos, no sin cierto esfuerzo. Mi pequeña tigresa comenzó a patalear y a removerse entre mis brazos como una niña rabiosa, exigiéndome que la dejara en el suelo de forma inmediata. No pude evitar echarme a reír: ¡qué fácil era despertar su pasión!
           
La recosté de espaldas sobre la barra, pero sin dejar de sujetarla con fuerza.
           
— ¡Suéltame ahora mismo! — gritaba al límite de sus pulmones — ¡No puedes hacerme esto! ¡No puedes violarme!
           
Aquellos grititos quejumbrosos y sin fundamento me hicieron estallar en sonoras carcajadas. Qué equivocada estaba esa damisela inocente y virginal. Yo no quería someterla, sino más bien todo lo contrario: quería que cabalgara, desnuda y sudorosa, cual valkiria enfebrecida sobre mí, al torturador ritmo de Metallica, mientras gritaba mi nombre entre gemidos y gritos de placer.          
           
— No voy a violarte, querida, voy a follarte sin piedad.
           
Acto seguido, esquivando los golpes y las patadas que trataba de asestarme, estiré los brazos hasta llegar a su camisa, para después rasgársela de arriba abajo.
           
— ¡Cerdo! — gritó con todas sus fuerzas — ¡¿Cómo voy a salir ahora a la calle de esta guisa?!
           
Haciendo caso omiso de sus quejas, le arranqué el sujetador de cuajo, ansioso por catar el tesoro que tras él se ocultaba.
           
Nunca en mi vida me había sentido tan excitado como en esos momentos. Sentía la irrefrenable necesidad de lamer y morder aquellos pechos cremosos hasta hacerla morir de placer, de recorrer con mi lengua todo su cuerpo, de arriba abajo, dedicándome con más detenimiento a cierta zona de su anatomía, que estaba deseoso de catar…

Sin pensármelo dos veces, tomé impulso para subirme a la barra y sentarme sobre su cintura, dejándola así inmovilizada y completamente a mi merced. La pobre tenía una cara de ardillita asustada que me hizo hasta reír, pero sus ojos contradecían ese supuesto miedo que afirmaba sentir. Esos ojos pardos me recorrían con deseo, desafiándome con la mirada, impeliéndome a que me quitara los pantalones de una maldita vez.
             

Anna
Se había quitado la chaqueta de cuero y la había tirado descuidadamente sobre una mesa cercana a la barra para después hacer lo propio con su camiseta negra. Tenía que reconocer que era difícil poder apartar la vista de su torso bien formado, que parecía estar pidiéndome a gritos que lo acariciara, pero la situación en su conjunto, surrealista y violenta en extremo, le quitaba bastante morbo al asunto.

No era así como yo había imaginado que sería aquel momento en mi mente. Por supuesto, en mis sueños Rob era un vikingo salvaje y saqueador cuyo sentido del romanticismo era más bien nulo, pero al menos en ellos se había comportado como un caballero… Más o menos.

— ¿Sabes? En un principio consideré la idea de hacerlo en el baño, pero aquí vamos a estar mucho más cómodos, ¿no te parece? — inquirió, antes de esbozar una pícara sonrisa en la que mostró su algo estropeada dentadura.

— Yo sólo estaré cómoda cuando apartes tu culo sarnoso de mi cuerpo y te largues de una puñetera vez.

El rubio estalló en una sonrisa histérica que hizo vibrar todo su cuerpo. Al parecer, hacerme perder la paciencia era algo que lo divertía en grado sumo.

— ¡Maldita sea! — grité, sufriendo un repentino brote de ira descontrolada. Alcé los brazos por encima de mi cabeza y comencé a golpearle en el pecho con todas mis fuerzas, a sabiendas de que, debido a mi débil constitución física, no era rival para él — ¡Te digo que me sueltes de una vez!

Aquella desmesurada reacción por mi parte pareció activar una lucecilla de reconocimiento en su mente, pues su risa se detuvo súbitamente, dando paso a una funesta pasividad, que terminó convirtiéndose en una ira apenas contenida.

— ¿Preferirías estar con Armand, verdad? — inquirió, al tiempo que me agarraba con fuerza por las muñecas, frustrando así mis intentos por defenderme — ¡Preferirías que fuera ese maldito franchute finolis quien te desvirgara! Pues déjame decirte una cosa, querida: ¡no va a ser así!

¡Por el amor de Dios! ¿Cómo podía llegar a ser un hombre tan grosero, desagradable, impresentable, machista, engreído, ofensivo, desgraciado y…?

El hilo de mis pensamientos se vio abruptamente detenido por Rob, que de un empujón volvió a recostarme sobre la barra para después abalanzarse violentamente sobre mí. Sus labios fueron a parar directamente sobre mis pechos, que comenzó a mordisquear con vehemencia, mientras que con las manos sujetaba mis muñecas, como había hecho momentos antes contra la pared. Sus piernas eran como dos fuertes barras de acero, que mantenían inmóviles a las mías, dejándome así totalmente indefensa ante su ataque.    

Traté de relajarme y pensar con serenidad en una forma que me hiciera salir airosa de aquel forzado encuentro, pero mi mente no era capaz de pensar con su efectividad y rapidez habituales. Mi juicio se había nublado por aquel frívolo placer de los sentidos al que pensé que jamás sería capaz de rendirme. Era inútil negarlo: si no había puesto más ímpetu en tratar de escapar del “ataque” de Rob era porque en realidad no deseaba hacerlo. Cualquier otra mujer en mi situación no se habría quedado a solas con un hombre, y mucho menos si ese hombre era Rob, en un bar desierto a altas horas de la madrugada. Cualquier otra mujer en su sano juicio habría aprovechado un momento de distracción por su parte para atizarle con una botella de licor en la cabeza y así dejarlo inconsciente. Pero yo no. Yo deseaba ese encuentro tanto como él.

Sin embargo, el haberme dado cuenta de mis verdaderos deseos no implicaba que acostarme con Rob, de forma tan precipitada como cutre y encima en el bar de Marty a horas intempestivas, estuviera bien. No era ése el recuerdo que quería tener de mi primera vez.

Claro que Rob parecía no compartir mi opinión, ya que me había soltado las muñecas sólo para poder desabrocharse los pantalones de cuero.

— Rob, ¿no podríamos dejar esto para otro día? — inquirí con un hilo de voz, temerosa de despertar de nuevo su furia — Estoy un poco cansada y…

— ¿A ti te parece que puedo dejarlo para otro día? — repuso, señalando su erección con un gesto de su mano, que a mí me hizo enrojecer de vergüenza.

Sin mediar más palabra, se quitó los pantalones y, para vergüenza mía, descubrí que no llevaba ropa interior. Aparté la mirada de forma inmediata, sintiendo que un insoportable calor comenzaba a inundar mis mejillas. Rob volvió a soltar una de sus famosas carcajadas, pero ésta tenía un matiz diferente. Estaba teñida por un aire de malévola satisfacción que me heló la sangre en las venas.

— Anna, mírame — me exigió, inclinándose de nuevo sobre mi cuerpo. Giré mi rostro en su dirección, para encontrarme de frente con sus ojos color charca. Su larga melena rubia cayó, como si de una cascada se tratase, a cada lado de mi rostro, acorralándome así en una cortina “heavilesca” impenetrable. Cuando consiguió establecer entre ambos un hechizante contacto visual, hizo descender su rostro hacia el mío, cubriendo después mis labios con los suyos. Aquél era el segundo beso que me daba, en realidad el segundo de toda mi vida, y durante unos instantes casi fui capaz de olvidar el lugar donde me hallaba y la persona con la que estaba compartiendo aquel momento, que, si bien se estaba produciendo en unas condiciones un tanto peculiares, iba a ser uno de los más importantes de mi vida. Sin embargo, cuando Rob dirigió su mamo hacia la cremallera de mis vaqueros y comenzó a bajármela, me hizo regresar bruscamente a la realidad. Aquello iba en serio, y si no hacía pronto algo para detenerlo, ya no habría vuelta atrás.

Por lo visto, antes de lanzar sus pantalones a una distancia considerable de nosotros había sacado un preservativo de uno de los bolsillos, y ahora se aprestó a ponérselo antes de continuar desnudándome. Me di cuenta entonces de que hasta ese momento mi participación activa en el “juego” había sido más bien escasa, y por mucho que pudiera alegar en mi defensa que me faltaba experiencia en ese terreno, seguramente Rob estaría esperando a que demostrase un poquito más de “pasión”. Quizá había llegado el momento de demostrarle que yo también me sentía atraída por él. Por eso, alzándome sobre un codo y atrayendo su rostro hacia el mío con la otra mano, le estampé un beso que lo pilló totalmente desprevenido.

— Si te sabe a poco, ponte de rodillas que tengo algo a lo que te gustará más amorrarte — sugirió, esbozando una sonrisa de lo más lasciva cuando nuestros labios se separaron. Yo, de nuevo muerta de la vergüenza, aparté la vista de su rostro deseando que la tierra me tragara… Pero él no parecía dispuesto a dejar de humillarme —. Bueno, se acabó, chata: quítate los pantalones y las bragas… ¿O prefieres que te los arranque yo con los dientes?

Me quedé mirándolo estupefacta: nadie me había hablado así en la vida. ¿Quién se había creído que era ese rubio deslenguado sin educación para tratarme así?...

…Y sin embargo, cada fibra de mi ser ardía en deseos de acatar sus órdenes y desnudarme para que por fin pudiera hacer conmigo todo lo que quisiera y más. Para que me sometiera a sus más oscuras perversiones hasta hacerme gritar de placer…

¡Por todos los demonios del Infierno! ¿Desde cuándo me había vuelto tan pervertida e impudorosa? ¿Acaso mi padre no me había procurado una férrea moral y una educación impecable?

Al ver que su orden me había dejado momentáneamente traspuesta, soltó un suspiro cansado antes de apresurarse a llevar a cabo la tarea de desnudarme él mismo. Resta decir que en sus modales no hubo delicadeza alguna, sino que estuvieron presididos en todo momento por la premura y vehemencia innatas que caracterizaban al roquero vikingo.

— ¿Braguitas de Mickey Mouse? — inquirió, enarcando una ceja — Umm, pero qué sexies…

Cumpliendo con su anterior amenaza, hizo descender su rubia cabellera hasta mi cintura, donde comenzó a quitarme las braguitas con los dientes. Aquella visión era demasiado para mi sensible corazón, que hasta ese mismo día se había mostrado casto y puro tanto en obra como en pensamiento.

Cuando se hubo deshecho de mis bragas, las arrugó en su mano derecha para después llevárselas a la nariz.

— Umm — gimió —, qué manjar…

Tras esto, las dejó sobre la mesa donde había apilado el resto de la ropa y se acercó de nuevo a la barra. Creí que se iba a subir a ella de nuevo, pero nada más lejos de sus intenciones. Me cogió en brazos, haciendo que le rodeara la cintura con las piernas, para después llevarme hacia la pared donde me había acorralado antes. Pegó mi espalda contra ella, mientras enterraba su rostro en mi cuello. Comenzó a darme suaves mordisquitos y lametones, seguramente para tratar de distraerme de su siguiente jugada, que no se hizo esperar. Sujetando en un solo brazo todo el peso de mi cuerpo, con la mano del otro guió su pene hasta la entrada de mi sexo. Viendo lo que estaba a punto de suceder, di un respingo por la impresión, pero él no se echó atrás. Con decisión, me penetró suave pero decididamente, consumando así el deseo de ambos.

Al principio, la sensación de tenerlo dentro de mí fue un tanto incómoda, pero, a diferencia de lo que cabría esperar siendo Rob mi primer amante, éste se comportó en todo momento de forma muy suave, incluso tierna en ciertas ocasiones. Cuando sintió que ya me había acostumbrado a la “intromisión” de su sexo, que era de tamaño considerable, aumentó el ritmo de sus embestidas, llenándome por completo, haciéndome gritar de placer.

No intercambiamos palabra alguna, seguramente conscientes de que era mejor permanecer en silencio que estropear el momento soltando alguna palabra que estuviera fuera de lugar, pero no por ello nuestros labios permanecieron quietos. Rob no dejó de “saborear” mis pechos con ganas, cosa que, según él, llevaba toda la noche deseando hacer. En ciertos momentos yo me creí morir, siendo atacada en diversos frentes por ese guerrero que tenía un conocimiento pleno del cuerpo femenino y de todos y cada uno de sus puntos débiles.
           
Rob me enseñó varias posturas aquella noche, con la promesa de que muy pronto continuaríamos con esas poco ortodoxas clases. Pero por esa noche, ya habíamos terminado con las lecciones más básicas…
           
— Lo he pasado francamente bien con vos, milady — me dijo, para después atrapar de forma juguetona uno de sus pezones entre mis dientes.
           
— Yo también, mi vikingo — repliqué sin pensar realmente en lo que decía.
           
— ¿Mi vikingo? — repitió, alzando la rubia cabeza para clavar su inquisidora mirada azul en la mía — ¿A qué viene eso?

lunes, 26 de diciembre de 2011

Capítulo XXIII.The Girl Keeps Coming Apart (Parte 3)

Hola, chicos. Bien, debo avisaros que en esta parte del capítulo, el trozo narrado por Iuta está completamente en inglés. Besides, en esta parte narran 6 personajes, con lo que es un poco más larga de lo normal. Espero que estéis teniendo unas felices fiestas y que no os viciéis mucho con el turrón (como me está pasando a mí XDDD). Un besito y espero que disfrutéis con el capítulo. ^^






Iuta
There’s a moment in everybody’s life, when you grow up and realize the world in which we live sucks, and from this moment on, you can’t act like nothing has happened to you. ‘Cause you are not the same, you are not a child anymore. I got to that point a few years ago, you know, and…”

“And?”
           
“And I found out the things that made happy were nothing but a great lie.”

“Your siblings you mean?”
           
“Not my siblings but Hans. He has always treated my sister and me as if we were two frikies of the fuckin’ nature. And now I start to wonder if he was right…”
           
“What are you talking about?” she asked me, with suspicion in her eyes. Maybe Angela was right when she told me that it wasn’t a good idea to visit her psychologist. “Has it anything to do with the fact that you are lesbian?”
           
I swallowed hard and close my eyes, trying to pretend that that situation wasn’t real, that I was at home, alone in my bed, reading some depressing Russian novel written by some author who (probably) felt the same way as I did when he wrote it. But I had to face the truth, after all that’s why I wanted to see a doctor. I didn’t have other choice: I had to answer her intrusive question.
           
“Yes and no. Well, I mean, you’re right, in part, at least. He never accepted my… condition. I know he loves me, for goodness sake he is my brother, but I also know that he would have preferred to have normal siblings instead of… what he got.”
           
“And what he got?”, she asked, her eyes sparkling with an insane curiosity.
           
“Two autodestructive sisters.”
           
She made a pause, as if she were considering saying something that maybe could hurt my feelings. Finally, she seemed to make a decision and she asked her last question of the day:
           
“Iuta, have you ever thought of killing yourself?”


Rob  
You have to understand this situation is really uncomfortable for me, madame — empezó a decirle Armand con una sonrisa coqueta, al tiempo que se inclinaba elegantemente sobre la barra, quedando su rostro a escasos centímetros del de ella. El franchute me lo había dicho cientos de veces: para encandilar a una mujer, la clave era el contacto visual —. But this man deserved what he got.
           
Anna asentía a cada palabra de mi amigo con un desinterés muy poco disimulado, como si aquella conversación la aburriera en grado sumo.
           
— ¿Sabes, Ania?, me estaba preguntando si tal vez, cuando acabes tu turno, te gustaría venir a mi casa a tomar una copa… — le propuso, esbozando la mejor de sus sonrisas, al tiempo que alzaba una mano para después comenzar a acariciar con ella el rostro de Anna —. Podríamos pasar un rato la mar de agradable, ma chérie...
           
Aquel gesto tan íntimo y atrevido por su parte me sacó súbitamente del entumecimiento en el que había estado sumido desde que mi amigo le había arreado aquella tunda al alemán. Un veneno corrosivo comenzó a recorrer mis venas, dejando a su paso una quemazón desgarradora que nublaba el juicio. ¿Por qué sentía en aquellos momentos la imperiosa necesidad de golpear a alguien? Y no a alguien cualquiera, sino a ese franchute presuntuoso con pinta de afeminado que tenía por amigo.
           
Me levanté del taburete donde mis posaderas habían estado reposando durante la última media hora, con la clara intención de descargar un poco de adrenalina destrozándole la cara al franchute. Pero alguien se me adelantó.
           
— En primer lugar, me llamo Anna, no Ania — respondió la camarera, antes de apartar de su rostro la mano de Armand con un fuerte manotazo —. En segundo, no me iría sola con usted a ninguna parte ni aunque me pagarán y por último: odio a los hombres que hacen uso de la fuerza para imponer su voluntad. No importa quién de los dos empezará: usted no tenía ningún derecho a golpear a Hans.
           
Aquellas palabras pronunciadas en un tono tan firme e irrevocable pillaron a Armand totalmente desprevenido, dejándolo con la boca abierta y, debo reconocer, a mí me pusieron a cien… Jamás habría podido imaginar que una damisela mojigata como ella pudiera abrigar tanta pasión en un cuerpecito tan pequeño.
           
— ¡Todos los españoles sois igual de desgraciados! — exclamó el gabacho, apartándose de la barra con una rápido movimiento — Desde la guerra de la Independencia no habéis mejorado vuestros modales…
           
— Aquí el único desgraciado que hay es usted, monsieur — replicó ella, pronunciando la última palabra con desdeñoso desprecio.
           
Armand golpeó fuertemente la barra con el puño, recorriendo a Anna con una mirada envenenada, antes de coger su chaqueta y su boina y salir escopetado hacia la salida del local.
           
 — ¡Rob! — me llamó a voces por encima de su hombro — ¡¿Es que no vas a venir conmigo?!
           
— Ve tú primero, franchute — repuse, clavando la vista en la dama que tenía frente a mí, y que, si ningún contratiempo me lo impedía, muy pronto cataría —. Enseguida te alcanzo. 


Emma
— Ni tan sólo me dejan verla, Marty — había comenzado a responder —. Dicen que no quiere verme, pero yo estoy segura de que ni siquiera la avisan de que he ido a verla. La tienen encerrada en esa casa, hace días que no viene a trabajar y…
           
— ¿Y te extraña que se comporten de esa manera? — me interrumpió sumamente irritado, como si quisiera dar por concluida aquella discusión cuanto antes.
           
— Marty, sólo te pido que intercedas por mí ante Hans. Sé que él te escuchará. Aunque no lo parezca, él te respeta y tiene en cuenta tu opinión…
           
— No voy a mover un solo dedo por ti, Emma — me interrumpió de nuevo, recorriéndome de arriba abajo con una mirada de infinito desprecio —. Bastante hago que no te echo del bar.
           
Y tras soltarme aquellas desdeñosas palabras a bocajarro, me dio la espalda, dejándome con la palabra en la boca, para irse después en dirección a la barra, donde una de las mojigatas españolas se encontraba atendiendo a los clientes con una destreza nula.  
           
Una rabia como nunca antes había experimentado comenzó a adueñarse de mí, nublándome el juicio, insuflándome la determinación que necesitaba para acabar con aquella situación de una vez por todas.
           
Sin despedirme de nadie, y sin avisar a mi jefe de que me marchaba, enfilé en dirección a la puerta, donde recogí mi chaqueta, el casco y las llaves de la moto. Notaba fija en mi espalda la mirada de Marty, teñida por una insana satisfacción. Con mi “huída” le estaba ofreciendo en bandeja de plata el motivo que necesitaba para despedirme, pero eso en aquellos momentos era lo de menos. Además, tampoco quería seguir trabajando en un sitio donde se me había adjudicado por mayoría absoluta el título de persona non grata.
           
Me abroché la chaqueta de cuero y me coloqué el casco. El otoño estaba empezando a dejar su huella en el ambiente, no sólo en el paisaje de la ciudad, sino también en la temperatura nocturna. Una ya no podía ir en manga corta a según que horas, y mucho menos si tenía que viajar en moto.
           
La carretera estaba poco concurrida aquella noche, lo cual era perfecto, pues la irritación que me embargaba en aquellos momentos no habría tolerado que el tráfico nocturno se interpusiera en mi camino, retrasando mi llegada a la casa. Según tenía entendido, la bruja de Angela y su fiel perrito faldero seguían ingresados en el hospital y Hans se había quedado con ellos esa noche, con lo que Iuta estaría sola en casa. Era el momento perfecto para hablar con ella e iba a escucharme, quisiera o no.
           
Los nervios me tenían tan consumida que ni me di cuenta de que me había saltado dos semáforos en rojo. Por suerte, la carretera a esas horas estaba prácticamente vacía y mi conducción temeraria no había provocado todavía ningún accidente. Pero “todavía” es una palabra muy vaga e imprecisa, que es siempre susceptible de perder su validez en el momento más inesperado. Sobre todo si en un futuro próximo tienen lugar los sucesos que tanto habíamos temido que se produjeran.
           
Aun sabiendo que lo que estoy a punto de escribir no es más que un rancio cliché, todo pasó muy deprisa. No fui consciente de que el coche venía en mi dirección a una velocidad de vértigo. Ninguno de los dos fuimos capaces de reaccionar a tiempo. Y eso fue lo que acabó con nuestras vidas.


Victoria
La fría brisa nocturna mecía suavemente las blancas cortinas de mi habitación, creando una elegante danza que me tuvo hipnotizada durante unos minutos, para finalmente terminar por desesperarme. No podía dormir, y por mucho que me empeñara en echarle la culpa al cambio horario, bien sabía yo qué, o más bien quién, era el causante de mi desvelo.
           
Durante la cena, me había sentado al lado de Tom y había hablado todo el rato casi exclusivamente con él, pues de todos los allí presentes, él era el único que no me había traicionado, de forma directa o indirecta, y por tanto, el único con el que me apetecía mantener una conversación amigable. Sin embargo, a pesar de que traté de fijar toda mi atención en lo que Tom me decía, no me pasó desapercibido el hecho de que el pelirrojo no dejó de mirarnos en toda la cena. Algunas veces, incluso, trataba de participar en la conversación, pero yo me resistía a mirarle directamente a los ojos, a sabiendas de que eso era precisamente lo que pretendía. Trataba de volver a ganarse mi confianza embrujándome con su mirada.
           
¡Maldito bastardo engreído!
           
Me di la vuelta en la cama en dirección opuesta a la ventana. Sólo iba a pasar el fin de semana en mi añorada California y tenía que mentalizarme de que durante ese breve lapso de tiempo, iba a pasarme las noches en blanco.
           
Cerré los ojos con fuerza, luchando en vano contra el insomnio. ¿Por qué una no podía dormirse cuando quería? ¿Por qué no podía tener el control completo de mi cuerpo y mi mente?
           
El golpeteo rítmico de unos pies desnudos contra el suelo al otro lado de la puerta de mi habitación me hizo abrir los ojos de golpe. Aquellos apresurados pasos estaban acercándose peligrosamente a la puerta de mi habitación y no parecía que fueran a pasar de largo.
           
El corazón comenzó a latir desbocado contra mi pecho. Rezaba a los dioses para que el ser que se encontraba al otro lado de mi puerta fuera un vampiro, un fantasma o mi tío Marty, que a veces andaba sonámbulo por casa, y no la persona con la que yo más temía permanecer a solas en una misma habitación. Pero entonces recordé que mi tío Marty se había ido al bar después de la cena y que, por tanto, no estaba en casa…
           
El picaporte de la puerta comenzó a girarse hacia la izquierda, haciéndome retroceder bajo las mantas de la cama. ¿Por qué estaba tan nerviosa? ¿De verdad pensaba que Leonard sería tan temerario como para presentarse en mi habitación en medio de la noche, estando mis tíos en casa?
           
“¡Pero qué idiota eres! ¡Pues claro que es capaz de eso y de mucho más!”
           
— Buenas noches, Victoria — saludó una familiar voz masculina desde la puerta. No se podía ver claramente quién era, aunque sí podía discernirse que lucía una larga y rizada melena.
           
— ¿Quién anda ahí? — pregunté con la voz quebrada por el miedo y la incertidumbre. Me incliné disimuladamente sobre la cama y estiré la mano para buscar uno de mis zapatos, que tenían algo de tacón, para poder utilizarlo como arma en caso de necesidad. La masculina figura melenuda se estaba acercando a la cama, con la clara intención de sentarse en ella.
           
— ¿Tanto he cambiado en este tiempo que ya no me reconoces?
           
Al avanzar unos pasos más, su rostro fue bañado parcialmente por la luz de luna, quedando así por fin revelada su identidad.
           
— ¡Sal ahora mismo de mi habitación! — exclamé, empuñando mi zapato con la mano derecha y amenazándolo con él. Leonard se echó a reír por tan patético mecanismo de defensa, antes de sentarse a mi lado, en el borde de la cama.
           
— Baje el arma, señora. He venido en son de paz — replicó, antes de colocar una de sus manos sobre mi pierna derecha —. O bien dispuesto para la batalla, según se mire… — añadió, sus ojos brillando ahora con una incontenible lujuria.
           
Con la mano libre apartó las mantas que me cubrían para después sentarse a horcajadas sobre mis caderas. Traté de atizarle en la cabeza con el zapato, pero él fue más rápido que yo y me agarró fuertemente por las muñecas.
           
— No sabes cuánto te he echado de menos, Victoria.
           
Y acto seguido, se inclinó sobre mi cuerpo, piel contra piel, y cubrió mi boca con la suya, dejando mis músculos completamente paralizados.   
             

Angela
La gente podría calificarme ahora de “loca” o “desequilibrada” sin miedo a equivocarse. El médico había hecho aquella mañana su visita rutinaria a mi habitación para ver cómo me encontraba. Trataba de fingir, diciendo que se alegraba mucho de que por fin hubiera despertado y de que evolucionara tan favorablemente, pero ¿a quién pretendía engañar? Si mi propio hermano actuaba como si mi accidente no fuera con él, ¿qué podía importarle mi salud a un hombre al que no conocía de nada?
           
Y sin embargo, algo en su forma de actuar me decía que su presencia allí respondía a algo más que a una simple visita de cortesía.
           
— Después de las últimas pruebas que te hemos realizado, Angela —comenzó a decir el doctor, adoptando el tono grave y la cara de circunstancias que suelen tener los de su clase cuando están a punto de anunciar algo de importancia trascendental —, debo comunicarte algo importante — tras una larga pausa, que yo más que educada consideré, hasta cierto punto, demasiado teatral, prosiguió —. Es posible que… Bueno, cabe la posibilidad de que además de las migrañas y dolores musculares crónicos, pueda quedarte alguna otra secuela.
           
— ¿Cómo cuáles, doctor? — inquirió Johnny con su característica impaciencia.
           
— Como, por ejemplo, pérdidas de concentración o de memoria a corto plazo, astenia… Parece ser que el impacto fue más fuerte de lo que pensamos en un principio — añadió el doctor, dirigiendo la mirada al suelo, como si en aquellos momentos deseara fundirse con las baldosas blancas que revestían aquel hospital.
           
Johnny estaba a punto de formularle una pregunta cuando el busca del doctor comenzó a pitar desde el interior del bolsillo de su bata.
           
— Si me disculpan, señores — se excusó, mirando fijamente el aparato para descubrir cuál era la urgencia —, mi equipo me necesita. Según parece hay algún problema con la paciente que ingresamos en la madrugada de ayer por un desafortunado accidente de tráfico. 


Diana
Mi plan no había funcionado. Tom, Leo y sus vecinos habían salido completamente ilesos de aquel incendio. Yo había arriesgado mi vida y mi libertad para acabar con ellos, y esos dos se habían ido de rositas.

No me importaba si la suerte que corriera el pelirrojo, pero quería que Tom sufriera tanto como yo lo había hecho. Y ahora estaban refugiados en casa de Marty… A salvo de mí. Al menos por el momento.
           
Era tentador, aunque al mismo tiempo demasiado arriesgado, prenderle fuego a la casa con todos ellos dentro. Pero no debía dejar que mi sed de venganza nublara mi juicio. Dentro de aquella casa había personas inocentes, incluso Victoria que, cual hija pródiga, había vuelto a California por unos días. Y por mucho que la despreciara, esa mocosa no merecía la muerte.
           
Debía esperar pues el momento oportuno para llevar a cabo mi plan. Y ese momento aún habría de tardar unos días en llegar. Tom tendría bien vigilada su espalda durante unas semanas, esperando, con un miedo aterrador atenazando sus testículos, a que yo hiciera mi próximo movimiento. Por consiguiente, no sería muy inteligente por mi parte atacar, estando los ánimos tan caldeados. No importaba. La paciencia es una virtud de la que nunca he carecido. Ese desgraciado tendría su merecido y si podía, me llevaría también por delante a lo que él más quería: su amigo el pelirrojo.

martes, 20 de diciembre de 2011

Capítulo XXIII.The Girl Keeps Coming Apart (Parte 2)

Bon soir, mes amis! Como lo prometido es deuda y yo soy mujer de palabra, aquí os traigo la 2 parte del capítulo 23. Algunos de vosotros ya lo sabéis porque lo comuniqué por tuenti, pero para los que no os tengo agregados pues no importa porque ahora mismo lo descubriréis: hay un nuevo personaje en la historia que aparece en el capítulo presente. Es de origen francés, y como tal, soltará de vez en cuando alguna parrafada en este bello idioma derivado del latín. Bien, puesto que muchos de vosotros no domináis la bella lengua de la Ilustración (ni yo tampoco, ya puestos XD) pues al final del capítulo hay un glosario con las tres frases que hay en franchute, y una en valenciano, traducidas. Confío en que este nuevo personaje os gustará y os hará reír tanto como a mí. 
Os aviso ya de que el capítulo es un poco chapucero, pero lo tenía que escribir porque es, por utilizar el lenguaje filológico, el nexo de unión entre este capítulo y el siguiente. No me queda nada más que añadir excepto que espero que os guste el capítulo, ¡un beso! 



Anna
— C’est la dernière fois que vous vous adressez à moi  par mon prénom. Vous avez bien compris ?
           
No, no parecía que Hans lo hubiese entendido en absoluto.

What did you say, motherfucker?

El deje de ira contenida que dejaban traslucir sus palabras me heló la sangre en las venas, pues todavía recordaba vividamente la dantesca escena que se había producido unos días atrás, en aquel mismo local, entre él y Leonard. Al alemán no le había temblado la mano a la hora de darle al pelirrojo una buena somanta de palos hasta hacerlo sangrar como un cerdo… Y a juzgar por la mirada envenenada con que observaba a su nueva presa, aquel francés presuntuoso le estaba haciendo perder la poca paciencia que le quedaba…

Monsieur, je crois que vous devez surveillez votre langue. Cet homme est très dangereux.

Aquel petimetre descerebrado se dio la vuelta hacia mí, para después recorrerme con una mirada entre admirada y perpleja. Ni él, ni ninguno de los clientes que había aquella noche en el local, habría podido imaginar jamás que una paleta como yo, que a duras penas era capaz de formular dos frases simples en un inglés más que rudimentario, pudiera hablar francés con esa soltura y fluidez.

Ma chérie, j’ai pas peur de cette bête — replicó el muy imbécil con aires de suficiencia —. I could kill him without thinking twice, you know.

Hans apretó los dientes y los puños con fuerza, señal inequívoca de que la ira que lo estaba carcomiendo por dentro no iba a tardar mucho en hacer acto de presencia. ¿Y dónde se había metido Rob? ¿Acaso iba a dejar que aquel chiflado fuera a destrozarle la cara a su fino amigo?

Como si hubiera leído mis pensamientos, el rubio salió del baño de señoras unos segundos más tarde, con la melena algo revuelta y los labios ligeramente manchados de carmín rojo. Se le había olvidado subirse la bragueta de los vaqueros y, por supuesto, tenía dos marcas rojizas en el cuello que no podían sino ser obra de la morena escultural que iba cogida de su mano, cual perrito faldero y en celo, con una satisfecha sonrisa cruzándole el rostro de oreja a oreja.

— ¿Se puede saber qué está pasando aquí? — inquirió, adoptando de forma instantánea una pose defensiva al percibir la mirada amenazante que el alemán le estaba dirigiendo a su amigo.

— Este imbécil — comenzó a decir el franchute, señalando a Hans con un dedo y tiñendo su voz con el tono más despectivo que pudo modular — se ha atrevido a manchar mi camisa de quinientos dólares con su maloliente cerveza. Si al menos hubiera sido champagne francés…
           
El posterior crujido de nudillos de Hans me hizo comprender que si no se callaba de una vez, el amigo de Rob se iba a ver abocado en serios problemas. El guitarrista, haciendo de nuevo gala de sus poderes telepáticos, se acercó a su amigo y trató de hacerlo entrar en razón.
           
— Tío, tampoco es para tanto. No es más que una puta camisa y se puede lavar, ¿sabes?, no es el fin del mundo.
           
— Que tú seas un hippy desgreñado que se ducha una vez a la semana y se pone lo primero que encuentra por las mañanas en el suelo nada más levantarse, no significa que los demás seamos como tú. Yo tengo una reputación que mantener…
           
— Rob, como el marica ese del champagne no cierre el pico de una puta vez, te juro que le reviento la nariz de un puñetazo.
           
La sala entera enmudeció de repente cuando, tras darse la vuelta muy lentamente, como midiendo cuidadosamente hasta el último de sus pasos para poder controlar sus instintos primarios, Rob enfrentó la mira furibunda de Hans con otra de su cosecha, mientras le decía:
           
— Toca a mi amigo y eres hombre muerto, alemán.
           
Me aferré a la barra con fuerza, en un intento de encontrar en ella el apoyo que faltaba para mantener el equilibrio y no darme de bruces contra el suelo. ¿Por qué mi padre me había obligado a abandonar España para acabar en aquel antro mugriento in the middle of nowhere donde la gente no sabía arreglar sus problemas si no era a base de peleas y discusiones sin fundamento que casi siempre acababan con uno de los dos contendientes herido, tanto en el orgullo como en el cuerpo? ¿Acaso mi progenitor encontraba divertida aquella forma grotesca de salvajismo medieval que rallaba lo absurdo? ¿Quizá pretendía que acabara mis días atada a uno de esos borrachos anormales que al acabar la noche no eran capaces ni de recordar su nombre de pila?
           
Como decían en mi pueblo “més val vestir sants que despullar borratxos”…
           
— Rob, no te metas — respondió Hans con voz contenida, pero en la que subyacía un deje letal, leve pero al mismo tiempo tan intenso que era imposible no darse cuenta de la amenaza implícita que traía consigo —. Esto es entre el francés y yo.
           
— Mira, comprendo que el tema de Alsacia y Lorena todavía pueda levantar ampollas entre vosotros, pero éste no es momento ni lugar para…
           
— Rob, no intentes hacerte el gracioso…
           
— No intento hacerme el gracioso, Hans, créeme — lo cortó el rubio con cara de pocos amigos, cruzando los brazos sobre el pecho en una pose desafiante que me robó el aliento. Ahora sí que parecía un guerrero vikingo en todo su esplendor, con esa melena rubia suelta y encrespada y ese aura belicosa dispuesta a arrasar con todo aquel que osara cruzarse en su camino —. El otro día pasé por alto la paliza que le arreaste al desgraciado de Leonard porque el pelirrojo se había pasado tres pueblos, pero ni sueñes que esta vez voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo sacudes a mi amigo. Estoy hasta los huevos de aguantar tus chorradas.

La mirada del alemán se oscureció antes de que diera un paso al frente, acortando así la distancia que lo separaba de mi vikingo. Cerré los ojos con fuerza, negándome a contemplar cómo ese sádico le desfiguraba la cara también a Rob. Se oyó un golpe seco, como el de un saco de patatas al impactar contra el suelo, seguido de un aullido de dolor. Abrí los ojos de golpe. Era el alemán quien yacía en tierra, con un ojo hinchado y el orgullo pisoteado. Y sin embargo, no fue aquello lo que más me sorprendió, sino el hecho de que era el gabacho quien se erguía triunfante sobre su presa, no Rob.


Victoria
Marty permanecía de pie frente a la chimenea, a espaldas de nosotras, como si temiera hacer frente a lo que estaba por venir; Tom, por su parte, estaba repantigado en uno de los sillones de cuero que había repartidos por el salón con la mirada perdida, como si su mente estuviera a kilómetros de distancia de esa habitación. Sin embargo, en cuanto Úrsula y yo entramos en el campo de visión de sus ojos color chocolate, se levantó de un salto de su asiento y salió a nuestro encuentro con una enorme sonrisa dibujada en su aniñado rostro.

— Victoria, por fin has vuelto a casa — murmuró mientras me estrechaba con fuerza entre sus brazos. Enterré la cabeza en su pecho, ocultando así las lágrimas que comenzaban ya a agolparse en mis ojos. Era consciente de que iba a manchar su camisa negra, pero al mismo tiempo sabía que Tom no le daría importancia a ese hecho sin importancia. El penetrante aroma de su aftershave inundó mis fosas nasales, envolviéndome en su familiar y agradable fragancia, llenándome de una paz que una vez había conocido, pero que no fui capaz de valorar lo suficiente.

— Victoria.

Aquellas tres simples sílabas, que tan acostumbrada estaba a escuchar todos los días, y que tantas veces había oído pronunciadas de sus labios, no hicieron sino revolverme el estómago. No fue la palabra en sí misma lo que me provocó náuseas, por supuesto, sino la voz que la había articulado. Albergaba tal dulzura su tono, tal docilidad, que cualquier persona ajena a esta historia habría podido jurar que aquél no era sino un amante abnegado que acababa de reencontrarse con su amada después de largo tiempo.

— Leonard… — repliqué, todavía sin soltarme de los brazos de Tom. Sospechaba que si mi amigo me soltaba en aquellos momentos, las rodillas no serían capaces de soportar todo el peso de mi cuerpo.

— Me alegro de que hayas vuelto — añadió con la voz quebrada. En respuesta, me aferré a Tom con más fuerza, hasta el punto de que casi le corté la respiración. Estando en España, olvidar a Leonard me había parecido algo posible y, hasta cierto punto, sencillo, pero al pisar suelo californiano, y más concretamente, al pisar la casa de mis tíos con el pelirrojo dentro, me había dado cuenta de que había sido una estúpida al creerme que estaba a salvo de él. Todavía lo quería, todavía lo deseaba fervientemente con cada fibra de mi ser. Me daba asco a mí misma por ser tan idiota y masoquista, pero aquélla era una realidad que no podía seguir negándome por más tiempo —. ¿No vas a decirme nada? — inquirió unos segundos más tarde, confuso por mi silencio.
           
— No sé qué quieres que te diga — repuse, haciendo acopio de valor y desasiéndome de la protección que los brazos de Tom me brindaban para enfrentarlo cara a cara de una vez por todas.
           
El impacto de verlo de nuevo, después de haber tratado por todos los medios de sacar su rostro de mi mente durante las últimas semanas, produjo en mí una sensación semejante al dolor producido por la estocada de un puñal envenenado. El mismo escozor abrasador recorría mis entrañas, desgarrando con su corrosiva aura los escudos que con tanto ahínco había alzado en los últimos días en torno a mi corazón.
           
— Creo que deberíamos irnos a dormir — apuntó Úrsula, en un intentó por apaciguar los ánimos —. Ha sido un día muy duro y necesitamos descansar. Mañana veremos las cosas desde otra perspectiva…
           
— Yo no necesito ver las cosas desde ninguna otra perspectiva, tía Úrsula — la corté bruscamente, sintiendo cómo la rabia iba haciendo mella en mí —. Tengo muy claro que el hombre que tengo frente a mí es tan tóxico como la mierda que empezó a meterse antes de que yo me fuera y ésa es una realidad que no va a cambiar con un par de horas de sueño.   
           
La mueca de impotencia y dolor que vi reflejada en su rostro apaciguó en parte la ira que sentía hacia él, pero no me hizo sentirme mejor. Por mucho que tratara de sentir lo contrario, el pelirrojo me había decepcionado en extremo y el ganarse de nuevo mi confianza iba a costarle mucho más que una carta de amor llena de palabras vacuas y unas cuantas lágrimas de cocodrilo.
           
— Entiendo pues que no quieres saber nada más de mí — concluyó Leonard con la voz quebrada, mientras en sus ojos comenzaban a formarse unas gruesas lágrimas, que en otro tiempo habrían sido capaces de doblegar mi voluntad. 

Inspiré con fuerza en un intento por juntar el valor necesario para hacer frente a lo que estaba por venir, antes de avanzar en dirección al pelirrojo con la clara intención de zanjar aquel asunto de una vez por todas, de forma que nadie más saliera herido en el proceso.
           
— Yo no he dicho eso, Leonard. Lo que estoy tratando de hacerte entender es que lo nuestro, si alguna vez existió como tal, para mí está muerto y, por tanto, debemos dejarlo descansar en paz. Pero eso no significa que no podamos ser amigos, como lo fuimos al principio, o que no pueda ayudarte a superar tu adicción… Si es que estás realmente convencido de llevar a cabo ese paso tan importante.
           
No sólo Leonard, sino también el resto de los allí presentes se quedaron mirándome perplejos, como si no pudieran creer que aquellas palabras acabaran de brotar de mis labios. Había olvidado que aquella gente no solía comportarse con los demás de manera civilizada y racional, por lo que no era de extrañar que aquel gesto de madurez por mi parte los hubiera pillado a todos desprevenidos.
           
— ¿Amigos, entonces? — inquirí, tendiéndole mi mano para que la estrechara.
           
Asintió con la cabeza, al tiempo que una media sonrisa comenzaba a dibujarse en sus labios. Me estrechó la mano con fuerza, prolongando aquel relativamente íntimo contacto todo lo que permitía la buena educación.
           
— Amigos — sentenció, recorriéndome de arriba abajo con una ardiente mirada, que poco tenía de amigable…




Vocabulario en lenguas derivadas del latín XD
C’est la dernière fois que vous vous adressez à moi  par mon prénom. Vous avez bien compris ?: Ésta es la última vez que usted se dirige a mí por mi nombre de pila. ¿Lo ha entendido bien?
Monsieur, je crois que vous devez surveillez votre langue. Cet homme est très dangereux.: Señor, creo que debería cuidar su lenguaje. Este hombre es muy peligroso.
Ma chérie, j’ai pas peur de cette bête : Cariño, no tengo miedo de esa bestia.
“Més val vestir sants que despullar borratxos”: Más vale vestir santos que desnudar borrachos.